sábado, 9 de mayo de 2009

ME LA JUEGO POR LOS JOVENES



Es de común creencia que los jóvenes de hoy – como los de todos los tiempos-, son unos díscolos inconformes; en consecuencia se les achaca la culpabilidad de la mayor parte de problemas que enfrenta nuestra sociedad. Se tacha a su música de frívola y disonante; sus atuendos se consideran perniciosamente atrevidos y se mira en ellos la encarnación de todos los males del mundo. Qué decir de la estrambótica y estrafalaria moda que se impone cada determinado tiempo en sus gomelicos peinados; la cresta de gallo, el papagayo, la cascada, el cien pies y hasta el chorro de humo. Y cada uno en mil colores, fragancias y texturas que nos hacen tornear los ojos para no ver “el fin del mundo” anunciado tantas veces a lo largo de las ultimas generaciones. Qué decir de los pantalones caídos o de blusa descaderada que deja ver el ombligo de la quinceañera famélica que como veleta al viento contonea su pubis ante el horror de las beatas de turno.

Y cada nada se elevan las voces de los adultos escandalizados por tan horrendas modas juveniles.. Se condena el desenfreno sexual; se prohíbe ésta o cual canción; se inscribe a los hijos en programas de catecismo y buen decir. Se censura su música y se deshecha todo aquello que pueda expeler el olor juvenil. No hace mucho que a las quinceañeras rebosantes de feromonas se las enterraba vivas en los claustros monásticos. A los varones se les imponía el corte brocha para que su cabeza y sus ideas estuvieran siempre bajo la vista de los censores de la moral.

Esa música bonachona de los Beatles, que más produce sensaciones de ingenuidad y relajamiento, fue el caballito de batalla para aplicar electrochoques en los adolescentes que se contoneaban arrebatadamente al son de sus acordes. Los cuatro de Liverpool criollos como Los Speakers, Los Flippers o los Daro Boys nos arrancan una risa al sentir esa ingenuidad que nos embargaba por aquellos días cuando pretendíamos cambiar el mundo a punta de baladas. Ser joven no es fácil, sobre todo cuando se ejerce ese mandato natural. A nosotros, los cuarentones o sesentones, nos parece que nunca fuimos jóvenes en el sentido real de la palabra. Fácilmente se nos olvida que marchábamos al compás de una flor para mascar mientras acariciábamos el rostro de Latinoamérica en los versos de Nelson Osorio y en las gargantas frescas de Ana y Jaime.

A la fuerza, pero se ejercía la juventud. Se defendía ese espacio y de muy poco servían los sermones de inquisidores prostáticos que esgrimían sus títulos de ejemplares ciudadanos en la calva lustrosa de sus frustraciones. En consecuencia la juventud era una enfermedad que había y que hay que curar. Entre más viejo se parezca un joven, mayor aceptación social recibe.

Pero, en realidad, ¿quienes son los portadores del virus de la demencia?: los jóvenes o los adultos. A primera vista, los primeros. Pero no, son los adultos los que hacen y financian la guerra. Son los adultos los que esquilman el erario público generando hambre, muerte y miseria. Los mismos adultos los que hacen de los vicios su mejor inversión pública; los que buscan en la degeneración humana un medio eficaz para promover el deporte, la salud o la educación. Y quien sino los adultos los que promueven las farsas en la política; los que engañan, mienten y sobornan en su loco afán de ascenso social. Quienes hacen de nuestra sociedad un caos: ellos, los adultos irresponsables que fuman, beben, meten coca por sus narices y luego si, quieren que la juventud transite por los mares de la paz, el respeto o la tolerancia.

Me la juego por los jóvenes por cuanto sé que su maldad está a la altura de sus pantalones caídos o, por la sencilla razón que sus gustos musicales no generan los muertos que si producen las rapiñas burocráticas de los maduros adultos que venderían hasta su madre por ocupar un alto cargo en la hacienda publica. Si, ser joven es estar expuesto al escarnio continuo de los adultos, llámense padres, maestros, tutores o gobernantes. Todos le fastidian con su falsa moral, con su arrogancia de sabelotodos impolutos que ahogan en lo más profundo de su ser la envidiable y nada despreciable etapa juvenil.

No son los jóvenes los que hacen el presupuesto nacional, los que se inventan normas para esquilmar el bolsillo de los ciudadanos, los que se roban el fisco para construir escuelas, hospitales o centros de salud. Tampoco son los jóvenes los líderes de los grupos paramilitares, o los conductores de ejércitos o los concitadores de grupos guerrilleros o de bandoleros. En honor a la justicia que los adultos tenemos mucho que aprender de los jóvenes colombianos. Su optimismo ante la vida, su ingenuidad para perdonar una y mil veces las sandeces de nosotros los adultos, su candidez para creer que en una canción está el futuro de su patria. Si los adultos fuéramos como los jóvenes seguramente que habría menos muertos, menos masacres y menos injusticia social. Nunca he visto a un joven en una escuela que coma solo mientras sus amigos se rascan la barriga tratando así de esconder el barullo de sus tripas; siempre generoso el joven comparte una papa así sea la adquirida con su única moneda de quinientos. Cosa contraria entre los adultos que nada o poco les importa que mientras ellos son poseedores de un coche último modelo, su hermano o su sobrino padezca los horrores de las necesidades más apremiantes.

Me la juego por los jóvenes y abogo porque cada día nuestro mundo se parezca más al de ellos. Acaso en su loca manera de ver y sentir el mundo esté la solución justa para tanto problema que nos embarga. Nuestros estadistas, calvos, obesos y prostáticos, han demostrado hasta la saciedad su incompetencia para traernos la paz o, tan solo, la tranquilidad social. ¡!! Que vivan los jóvenes con sus pantalones caídos, sus peinados engominados o su ombligo al aire!!! Lastima que esa enfermedad pase tan pronto y apenas deje en nosotros el recuerdo de algo que pudo haber sido y no fue…



peobando@gmail.com

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