viernes, 17 de abril de 2009

HISTORIAS TRAS LA HISTORIA

COLON NO DESCUBRIO
AMERICA


Norman Fiering, director y bibliotecario de la John Carter Brown Library, escribe en el prefacio del libro “Derechos del descubrimiento – Apelación Final de Cristóbal Colón al rey Fernando”, editado por Carvajal S. A. con motivo de conmemorarse el quinto centenario del mal llamado Descubrimiento de América, en el año de 1992, una reflexión que nos permite dar rienda suelta a nuestra imaginación y, por su puesto, escribir un breve ensayo que, esperamos, contribuya a un sano entendimiento de la figura de Don Cristóbal Colón: “para los investigadores de la vida de Cristóbal Colón, el hecho que más ha llamado la atención es que cuatro meses antes de su partida hacia su gran descubrimiento, tomó la precaución de firmar con los Reyes Españoles un contrato minucioso sobre los beneficios que obtendría en caso de tener éxito . Tan extravagantes eran las retribuciones en dinero y privilegios conferidos por estas famosas Capitulaciones del 17 de abril de 1492, que los intérpretes del evento han especulado por siglos, quizás de manera excesiva, que Colón ya poseía una idea bastante aproximada sobre lo que encontraría y por consiguiente formuló las máximas exigencias, mientras que la otra parte de la negociación lo desconocía todo”.

Para algunos historiadores e investigadores estas exigencias de Cristóbal Colón son una clara muestra del conocimiento que tenía sobre las nuevas tierras que se encontraban “allende el mar”. La pregunta obvia es: ¿dónde o de quién obtuvo Colón dicha información? Para muchos Colón era un enviado de Dios, un iluminado que respondía a muchas profecías, un misionero encargado de abrir las puertas de nuevos mundos para la Fe católica. Hacia el año cuarto de nuestra era Lucio Anneo Séneca en su obra Medea hace expresar al Coro de Corintios:

En edades tardías venir han unos siglos
En que el océano relajará las cadenas
Del mundo
Y se abrirá una tierra inmensa;
Tetis revelará un nuevo mundo y
Tule ya no será la postrera de las tierras.

Esta es considerada una profecía sobre el Nuevo Mundo y la proeza de Cristóbal Colón: “celebérrimos en todas las edades han sido estos versos, en que parece profetizarse el descubrimiento del Nuevo Mundo, concedido por Dios a nuestra raza”.

En el año de 1873 el Cardenal Donnet intentó llevar hasta la Santa Sede su pretensión de canonizar al “almirante genovés”, obteniendo una negativa por cuanto se demostró hasta la saciedad que Colón fue un hombre excesivamente ambicioso y carente de los méritos necesarios para ascender a los altares. En 1876 el mismo Cardenal Donnet “puso su intento y pretensión ante la Santa Sede de introducir oficialmente la causa de la canonización…”. Este nuevo fracaso se debió entre otras cosas a la afición de Colón de esclavizar y vender a los naturales de América en Europa: “lo hizo abiertamente, contra todas las leyes e instrucciones que tenía, realizada por sí mismo, introduciendo la captura y esclavitud de los indios a buen precio de ganancia”.

Sobre el mismo origen de Colón hay muchas dudas. Para el historiador e investigador Aarón Goodrich, autor del libro “A History of the character and achievements of the so-called Christopher Columbus”, publicado en el año de 1874 afirma: “Cristóbal Colón ni fue hijo de Domenico, ni genovés, ni siquiera Cristóbal Colón, si no un tal Giovanni o Zorzi, compañero de Colón “el Joven” (cuyo nombre tampoco era este, si no Nicolo Griego), que tomó éste sobrenombre de Colón o Colomo, y se distinguió como pirata y negrero; que con el nombre usurpado de Colón se casó con la portuguesa Felipa Muniz de Perestrello, y, domiciliado en la isla de Madera, se apoderó de los mapas y documentos del náufrago Alonso Sánchez de Huelva, marino a quien una tempestad furiosa había arrojado a las costas de América…”.

Respecto a Alonso Sánchez de Huelva se sabe que era un diestro marinero, natural y vecino de la Villa de Huelva, “su negocio consistía en adquirir por cuanta propia los productos naturales de la región andaluza: aceitunas, vinos, aceites, etc., y transportarlos, bien a las “Islas Afortunadas”, o a la de Madera, donde los intercambiaban por artículos de las mismas; y en ocasiones, incluso se arriesgaron a subir hasta las costas inglesas, donde eran apreciadísimos los frutos hispanos”.

En uno de sus viajes Alonso Sánchez de Huelva es arrastrado por un fuerte temporal y empujados por la corriente del Golfo, llevados hasta las costas de la Isla Quisqueya (Isla de Santo Domingo), desembarcando en paradisíaca playa, “donde todo es tan encantador que les hace pensar, en efecto, que lo han hecho en el mismísimo Paraíso Terrenal”.

Ante un requerimiento que se le hace a Fray Dr. Gaspar da Madre de Deus sobre sus conocimientos respecto al verdadero descubridor de América, expresa: “Me ordenan que diga en qué año se descubrió las Américas y el Brasil, y cómo estoy obligado, diré lo que sé. Una tempestad horrorosa obligó a Alonso Sánchez a correr por mares antes nunca navegados, hasta un punto…”. Gómara afirma: “Fue a parar en tierras no sabidas ni puestas en el mapa o carta de marear…”. Gracilazo de la Vega es categórico cuando expresa: “al cabo de este largo tiempo, se aplacó el viento y se hallaron cerca de una isla; y no se sabe de cierto cuál fue, más de que se sospecha que fue la que ahora llaman Santo Domingo”. Onofre Antonio de la barreda dice: “una vez descubiertas las nuevas tierras, marcó las señas, reguló las singladuras por el rumbo que había navegado con temporal, tomó la altura con astrolabio, fijó la estrella de nuestro Polo por cotejarla con la del Sol. Era persona de talento…”. Rodrigo Caro es contundente al afirmar que “Fue natural de Huelva el primer hombre que descubrió las Indias de Poniente, llamado Alonso Sánchez de Huelva, el cual, llevando con un barco grandes mercancías a las Canarias, llegado cerca de aquella isla, fue arrebatado con un viento tan deshecho que en 17 días lo puso en las Indias…”.

Alonso Sánchez de Huelva al regresar a España, maltrecho y en un deplorable estado de salud, se encuentra con Cristóbal Colón, en la isla de Madera, y al decir de Francesco Gonzaga: “Ocurrió en casa de Cristóbal Colón –oriundo de Génova, y peritísimo en el arte de la navegación- murió cierto extraordinario navegante que dejó en manos e aquél algunos escritos. Su lectura despertó en Colón, que sabía mucha astronomía, la ambición de explorar mundos desconocidos…”. Pedro de Mariz confirma lo anterior por cuanto a testimonio de que “…Colón tuvo tanta suerte que en su casa se hospedaron los marineros que en la nave todavía venían todavía vivos; los cuales, viendo que su huésped era sabedor de las cosas marítimas y práctico en cuestiones de navegación y comprendiendo que estaban a un paso de la muerte (para gratificarle la buena acogida que les hiciera U OBLIGADOS A ELLO COMO ALGUNOS SOSPECHAN), le revelaron el lugar de dónde venían y todas las tierras que habían descubierto y de qué modo y por donde se podría navegar hasta ellas; y la enorme riqueza de que aquellas tierras eran abundantísimas; e incluso otros informes que necesarios les parecieron para el intento de redescubrirlas”.

Concuerdan todos en que Alonso Sánchez de Huelva murió en la casa de Cristóbal Colón después de entregar los documentos que le permitirían posteriormente arribar al Nuevo Mundo. Muere Alonso Sánchez y es enterrado en una fosa común, su nombre olvidado y su hazaña ignorada. El francés Michelet afirma: “La Historia es una resurrección” y, quizás, para Alonso Sánchez de Huelva, ésta sentencia sea verdadera.





Crisis y talento en una Sociedad enferma
– un Conflicto generacional-





Para Gramsci, las crisis se generan cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Creemos que es lo que acontece en Colombia, una sociedad enferma y en conflicto.

Sería necio definir el concepto “crisis”. Basta dar una mirada a nuestro entorno para comprender que no estamos bien; que el barco hace aguas por todos sus flancos y que en medio de este naufragio se encuentra lo mejor de nuestra generación. Una mirada retrospectiva a nuestra historia es suficiente para captar el gran vacío social que se teje alrededor de nuestra juventud y de todas las generaciones que nos antecedieron. Tarde o temprano terminamos entendiendo que no bastan el talento o la inteligencia; mucho menos el esfuerzo o el afán de convertirnos en seres mejores y con un alto sentido de solidaridad. La lección que se aprende es demasiado dura como para reaccionar a tiempo y no caer en la falsa trampa del arribismo social o intelectual.

Falso sería decir que nuestros conflictos son generados por la falta de tecnología o por el hecho contundente e irrefutable de que somos una sociedad dependiente con una economía subdesarrollada. El conflicto no es de intereses, es de generaciones. Es simple cuestión de supervivencia el hecho que a la larga se traduce en falta de solidaridad o estabilidad emocional. Al fin y al cabo los conflictos económicos se resuelven cuando se deduce que para pasar a la otra orilla es necesario aliarse con aquellos que nos antecedieron en este conocimiento práctico-existencial.

Somos una sociedad en crisis, se lo ha dicho hasta la saciedad; lo que no se ha dicho es que la permanencia de estas crisis en nuestra sociedad se debe a factores que no se resolverán elevando los índices educativos o tecnológicos. El asunto es demasiado serio como para reducirlo a un análisis tan poco juicioso y racional. Tampoco podemos ser tan simples para creer que es elemental cuestión de gobernabilidad. Se aducen argumentos de carácter genético o étnico y no está distante la época de nuestra historia en la que se pensaba que permitiendo el ingreso de nuevos elementos raciales a nuestra geografía, y por supuesto a nuestra cama, nos elevaría a un nuevo plano en el contexto mundial y universal.

Cabe preguntarse si los altos índices de intelectualidad que existen en Colombia han sido un factor que nos permita vislumbrar un panorama más prometedor y esperanzador. Y es que justamente los colombianos que han tenido la oportunidad de acceder a los altos círculos académicos y universitarios son los primeros en padecer los rigores de una colectividad que desprecia el talento y se mofa de tamaña ingenuidad.

Jóvenes que para sobrevivir deben renunciar a sus más caros principios; carne de cañón que miran con nostalgia los dìas de su existencia y que deben asirse al primer salvavidas que los conduzca hacia un éxito esperado y en condiciones de muerte anticipada. Y ya se oyen las voces de quienes promulgan que para salvarse es necesario el fortalecimiento de nuestra democracia en la consolidación de unos partidos políticos que no expresan nuestros verdaderos anhelos y que se encuentran distantes de responder a nuestros eternos interrogantes.

La realidad es que no acabamos de nacer y ya estamos pensando en asesinar lo nuevo. Estamos inmersos en la cultura farisaica de unos dirigentes que se saben frustrados, que se saben incapaces de resolver tan solo uno de nuestros conflictos. Ellos, que portan credencial de Harvard o de Massachussets, saben que para sobrevivir deben vender falsas esperanzas amparados en datos y cuadros estadísticos que no impiden la muerte prematura de lo más sagrado de nuestra sociedad.

Para que Colombia encuentre un camino que la conduzca hacia su propio desarrollo social se requiere el compromiso, justamente, de quienes usurpan el poder y contienen el ímpetu y la inteligencia de la juventud. Qué puede hacer un joven profesional, con talento y capacidades, si para poder cristalizar sus destrezas debe portar, como requisito indispensable, la tarjeta de presentación de un miserable concejal que todos saben corrupto e incompetente. Ahí aprende su primera lección y no la olvida nunca. Se deja a un lado todo principio, creencia o filosofía y se enlista en las filas de un viejo partido político, que sabe que es mentira, pero que le garantiza el pasaporte hacia un porvenir, que en otras condiciones sería impensable. Y termina aprendiendo un discurso que lo convierte en una esperanza para su país.

Ser o no ser, he ahí el dilema para cientos de jóvenes colombianos que la misma sociedad excluye. Y el remedio termina siendo peor que la enfermad, una eterna comedia que nos vuelve miserables ante propios y extraños.

Sobre el factor tecnológico basta decir que en nuestro suelo poseemos una capacidad insospechada hasta hace unas pocas décadas; tecnología de punta que fácilmente se puede introducir y reproducir. Si miramos a nuestro alrededor nos encontraremos con una inusitada lista de herramientas que si bien han facilitado nuestra labor, no han sido el factor que garantice o promueva el desarrollo social.

Las crisis continúan multiplicándose en la medida que nos invaden los nuevos elementos tecnológicos e industriales. Porque para la juventud de hoy no basta pasar de la maquina de escribir a la magia del computador o de los viejos y menospreciados libros a la vertiginosa rueda del Internet. A pesar de ello aún llevamos la creencia subliminal que nuestra pobreza física y espiritual se resolverá cuando en cada casa se posea una compleja red de sofisticados inventos.

Antonio Gala, en su documento “Carta a los herederos” lo profetizó hace mucho tiempo: “No estéis de acuerdo con vosotros mismos mientras no consigáis vivir en una sociedad pluralista que respete a cada humano, cualesquiera que sean su color, su raza, su orientación sexual, su religión y su nacionalidad. Sed mejores que nosotros y que nazca lo nuevo de una vez. Porque ese esfuerzo inaugurará de nuevo el mundo. Y valdrá, pues, la pena”.

En Colombia nos encontramos con el morboso pronunciamiento de unas cuantas figuras político-intelectuales que procuran hacernos creer que ser diferente en lo sexual es una contravención contra la naturaleza. Firman manifiestos y los divulgan en los rotativos nacionales pretendiendo con ello encontrar la causa de nuestras desdichas. Si Grecia y Roma cayeron por tan abyecto comportamiento, pues los colombianos nos merecemos nuestra suerte por permitir en nuestro suelo la existencia de unos seres extraviados y diferentes a nuestra concepción. Igual sucede con los principios políticos. Si padecemos el rigor de la miseria, todo ello se debe a nuestro espíritu tropical que se resiste a entender la importancia de unas tesis creadas hace más de un siglo y que nos cubren con su sombra sin permitirnos vislumbrar los verdaderos caminos de la reconciliación nacional. En consecuencia somos culpables de nuestro destino colectivo. Toda nuestra miseria se resolverá cuando hagamos el supremo esfuerzo intelectual de entender que para ser felices es requisito indispensable fortalecer las viejas ideologías de dos partidos y que todo lo demás es causa de la ruina nacional.

Nos preguntamos con Jalil Gibran: “¿Qué es el miedo a la miseria sino la miseria misma? Y en esta miseria nos hundimos los colombianos, sin excepción. “¿què traerá el mañana al perro demasiado prudente que oculta huesos en las arenas movedizas mientras sigue a los peregrinos que van hacia la ciudad santa?”. He ahí el drama de nuestra juventud: entierra su tesoro en el fango cenagoso de su patria elevando plegarias a falsos dioses que tarde o temprano se volverán en su contra. Jóvenes envejecidos en plena pubertad, que sacrifican lo mejor de sí en el simple animo de salvar su existencia, no la de su país.

En nuestra patria, convertida en un gran cementerio, donde morir es un oficio rutinario y donde sobrevivir es un ejercicio cotidiano de muerte se debería enseñarle a la juventud la gran lección que nos legó John Donne: “la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo formo parte de la humanidad; por tanto, nunca mandes a nadie a preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti”.





¿CUÁNTO DINERO NECESITA EL HOMBRE?





Hemos creído, equivocadamente, que el dinero es felicidad. Falsa premisa de nuestros días que envuelve la existencia turbia de la humanidad. ¿Cuánto dinero necesita el hombre? Un millón, dos millones, diez millones, mil millones… Ninguna cantidad es suficiente para llenar nuestra alma; ni su ausencia ni la abundancia son garantía de felicidad. Aquello de que el corazón del hombre está donde está su fortuna, es la única realidad que nos acompaña en nuestra vida.
Mira, observa, detente a contemplar aquellos seres que trabajan día y noche para llevar fajos de billetes a sus hijos; obsérvalos con detenimiento: ¡No son felices! Arrastran tras de si una inmensa cadena de infelicidad. Han querido llenarla con dinero, con falsos cheques chimbos de inutilidad. Todo aquello que pretenden dar no es otra cosa que un remordimiento de conciencia por el tiempo perdido que no pudieron entregar; sus almas llenas de dudas, de miedos, de angustias que como gusanos corroen sus entrañas.
No envidies al que después de una vida llena de esfuerzos tiene únicamente riquezas para entregar; sus hijos, su pareja, sus principios íntimos son la clara manifestación de su fracaso. Acaso sus lujosas casas o sus grandes haciendas son garantía de tranquilidad? Indudablemente que no.
La mejor cosecha es aquella que no hicieron: la felicidad de su hogar, la sonrisa y la entrega de su compañero, el abrazo tierno y sincero de sus hijos, que tuvieron que pagar el más alto precio por llevar el rotulo social de pudientes: ¡Su soledad! Mirar el rostro de abandono y postración, observar sus manos extendidas al vacío para acariciar una sombra que creyeron era su madre o su padre. Ese precio tan alto cóbraselo a tu peor enemigo.
Los ideales de los sin ideal están formados en la simple acumulación de dinero. Sus días, sus noches, sus esfuerzos y sacrificios son la prisión más severa que pueda hombre alguno padecer. Insaciables hasta el cansancio, se consagran al trabajo inútil y frustrante de amasar fortuna que abre agujeros en su alma. Su risa desaparece, sus alegrías se esfuman, le aburren hasta la desesperanza los días en familia y cuando se aproxima un día de descanso laboral, gimen, chillan, protestan por cuanto la presencia de los suyos apestan a desesperanza y la caja registradora deja de marcar ceros y más ceros.
De sus días no queda nada, de sus glorias el simple recuerdo de unas cifras y de su existencia la triste realidad de que no vivió. Un epitafio digno de sus huesos sería: “Trabajo hasta el cansancio sin vivir un solo de sus días”.
¿Cuánto dinero necesita el hombre? El necesario para no atarse ni esclavizarse, el que le permita vivir sin necesidades y el que le abra las puertas de sus seres queridos. Lo demás es aridez, esclavitud, barbarie, desolación, ruindad.
Los principios basados en el poder adquisitivo son principios de muerte, de ruina, de soledad.
Los progresos humanos no se miden por la cantidad de dinero acumulado, se tasan en la capacidad de sonreír y de compartir. Evolucionar significa comprender que el valor de tu familia está por encima de cualquier cantidad de dinero y que acompañar a tus hijos en su crecimiento y formación es la mejor forma de agradecer a Dios por sus bendiciones. El alma del hombre padece cuando por culpa del dinero formamos monstruos sacados de nuestras entrañas.
Miré hace poco el alma de una niña en apariencia feliz: era miserable y aunque no lo expresaba, reprendía su destino al poseerlo todo y no tenerlo nada. Su madre, su padre, afanaban sus días en la búsqueda de cosas maravillosas que nunca llenarían sus anhelos; su soledad era incomprable, su angustia interrenal. Sola, perseguía la soledad. Despreciada, despreciaba a los demás. Y en esa ruleta rusa se jugaba la vida y la perdía. No tuvo amor y no estaba obligada a darlo. En sus inocencia violada consideraba que el poseer dinero le brindaba autoridad y poder sobre los demás, gritaba y chillaba como loca cuando no se le compraba el helado o la muñeca que pedía. Sus padres creían que eran actos de ingratitud, si todo lo tenía ¿qué más podía pedir? Pues a ellos, a ese amor que ya nunca más le podrían dar, pues le robaron sus días, la mataron en su ser.
Un humano así, mutilado y asfixiado no puede ser feliz, no puede darse el lujo de irradiar paz o tranquilidad. El hombre posee más de lo que necesita y ha terminado esclavizado de sus dominios, vencido por su conquista y atormentado por su sueño de felicidad.
Tampoco la pobreza es el camino. Es el punto equilibrado entre lo que necesitamos y lo que podemos adquirir. Un minuto de tu vida es demasiado sagrado para venderlo por unos simples billetes que forran un destino.
Al dinero sin límites le sigue la infelicidad sin límite. La inacción en la acción del trabajo asalariado persigue el fantasma de su propia destrucción.
¿Cuánto dinero necesita el hombre? No sé. Lo que si sé es que el hombre se ha perdido tratando de acrecentar sus riquezas, se ha condenado a existir entre cuatro paredes donde cree estúpidamente vivir; de las veinticuatro horas del día, 15 o 16 las derrocha en su propia muerte, el resto las duerme para olvidar su desgracia: envejece lejos de los suyos, sin saber que sus hijos, presos de su propia codicia, deben soportar los barrotes de una lujosa casa. A ellos se les ha condenado a ser sus propios carceleros, a creer en sus padres son unos santos que se sacrifican por su propio bien, para labrarles un destino.
A toda esta iniquidad responden ellos que es necesario trabajar. Si, el trabajo es dignidad, pero nuestro mayor trabajo y constancia debe darse en proporcionar satisfacciones a los nuestros, en saber que tras una ausencia nos recibirán con sus bracitos tendidos y su corazón abierto a nuestras pequeñas sorpresas. Lo grave es que cuando llegamos a nuestro hogar ellos ya están dormidos soñando con un mundo diferente donde a cambio de dinero puedan entregarles amor. Se trabaja para ser feliz, no para llenar nuestros días… Se trabaja para ser feliz no para llegar cansados y agotados al hogar. Después de todo las riquezas que producen soledad son, a su vez, la larga cadena que nuestros hijos tendrán que soportar. Sin esperanzas, sin otra visión, sin otra alternativa, construirán su futuro en las mismas condiciones y repartirán a sus hijos las mismas desesperanzas disfrazadas de una aparente comodidad.
Las riquezas que nos hacen perder los esplendores del Sol son miserias; un valle o un río en compañía de los nuestros jamás perderán su poder adquisitivo y son la fuente de un cristianismo más puro y solidario. Si para ganar tus riquezas necesitaste perderte tú, hiciste un negocio chimbo porque jamás podrás cobrar el interés.
Mira a tu niño, mira a tu niña; ¿son felices? Tú corazón conoce la respuesta, tu conciencia conoce la verdad.
Siempre he creído que el cristianismo capitalizado es una gran mentira, una careta del Nazareno que lo condena a eternas agonías. Ninguna riqueza es producto de la justicia, para que alguien sea rico se necesitó que alguien sea explotado, que los productos no se cobraran en su real valor. El cristianismo de alcancía es una alcantarilla hueca donde compramos nuestra salvación.
Ve, abraza a los tuyos, pídeles perdón y en un acto de contrición, respóndete tú: ¿Cuánto dinero necesita el hombre? ¿Valió la pena al finalizar el día perder lo más sagrado por unos cuantos billetes de más?





DE LA MIERDA – LAS TRIPAS DE DIOS





Milan Kundera en su libro La insoportable levedad del ser nos confiesa una de sus obsesiones: el asco por la mierda y por lo humano:

“Cuando yo era pequeño y hojeaba el Antiguo Testamento adaptado para niños y adornado con grabados de Gustav Doré, veía a Dios sobre una nube. Era un anciano, tenía ojos, nariz, una larga barba y yo me decía que, si tenía boca, debía comer. Y si come, también tenía que tener tripas. Pero aquella idea me asustaba porque, aunque era hijo de una familia más bien no creyente, sentía que la idea de las tripas de Dios era una blasfemia”.

Las tripas de Dios, imagen que nos ha perseguido durante gran parte de nuestra vida. En nuestra adolescencia fue una obcecación que nos impidió disfrutar de un numero considerable de mujeres bellas. Las veía hermosas, altas, rubias y deliciosas, pero en el momento definitivo no podía evitar el imaginarlas defecando en el sanitario. Las miraba horrendas, sucias, asquerosas al punto de encerrarme en mí para no perturbarme

Pero aún en mi encontraba las tripas de Dios, en mi obligada necesidad de sobrevivir, de existir así sea como una babosa arrastrándose entre los días; me encontraba en mis momentos más íntimos y solitarios, en esa abrumadora confusión de instantes que llamamos vida.

“Sin ningún tipo de preparación teológica, espontáneamente, comprendí desde niño la incompatibilidad entre la mierda y Dios y, de ahí, cuán dudosa resulta la tesis básica de la antropología cristiana según la cual el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Una de dos: o el hombre fue creado a semejanza de Dios y entonces Dios tiene tripas, o Dios no tiene tripas y entonces el hombre no se le parece”.

No nos parecemos a Dios, nos reflejamos en las bestias de la naturaleza, que se consumen unas a otras para luego defecarse, para convertirse mutuamente en orines o en mierda; somos seres que necesitamos de la mierda, de las tripas, de


los cientos de órganos que se conjugan en la producción de mierda. Somos seres que al final de cuentas, al término de sus días terminamos convertidos en simple polvo luego de que la mierda ha sido consumida.

Dios no tiene tripas porque entonces tendría mierda, estaría ocupado por cientos de músculos que convertirían todo cuanto toque o piense en mierda. Ni Dios es semejante al hombre, ni el hombre es la imagen de Dios. El hombre es hombre a semejanza de la mierda que se transforma en un ciclo eterno en la naturaleza.

“Los antiguos gnósticos lo sentían igual que yo cuando tenía cinco años. Valentín, gran maestro de la Gnosis en el siglo segundo, decía para resolver este enrevesado problema que Jesús “<>”

Porque defecar es avergonzarse, es saberse inferior en la creación. Dios condenó a Adán a defecar por los siglos de los siglos, hasta que la mierda se consuma. Al comer la Manzana, Adán hizo uso de su parte animal, de su sentido animalesco que se instaló en sus entrañas poseyéndolo como una pesada condena de la cual nunca podrá sacudirse. Cristo no defecaba, y asunto arreglado: era Dios en su máxima pureza y eso lo hacía digno ante nuestros ojos manchados por la contaminante vista de nuestros propios excrementos.

“La mierda es un problema teológico más complejo que el mal. Dios les dio a los hombres la libertad y por eso podemos suponer que al fin y al cabo no es responsable de los crímenes humanos. Pero el único responsable de la mierda es aquél que creó al hombre”.

Ni el mal es comparable a la mierda. En nuestra conciencia es aceptable el mal, se puede convivir con él al punto de traducirse en normas y códigos que regulan nuestra conducta. Pero la mierda no es codificable, ni sancionable. Es ella misma una sanción a una trasgresión a un creador. Es un problema teológico serio y comprometedor de la especie que nos sacude hondamente cada vez que tenemos que enfrentarnos a nosotros mismos. La mierda, ese producto nuestro que sale de nuestras entrañas y en el cual está comprometido el designio individual y colectivo de especies, culturas y pueblos.

Somos los únicos en la naturaleza conscientes de que defecamos. No son los pensamientos, ni las manifestaciones artísticas o culturales del hombre o sus filosofías y creaciones los hechos que nos vuelven peculiares: es el hecho de defecar lo que nos obliga a volvernos seres interesantes. Creamos para alejarnos de la mierda que nos rodea, pensamos para evadirnos de una realidad que nos convierte en simples humanos que necesitamos escondernos, encerrarnos para defecar.





Continúa Kundera:


“Mientras se le permitió al hombre permanecer en el paraíso , o bien (al modo de Jesús, según afirmaba Valentín) no defecaba o, lo cual parece más probable, la mierda no se entendía como algo asqueroso. Cuando Dios expulsó al hombre del paraíso, hizo que conociera el asco. El hombre empezó a ocultar aquello de lo que se avergonzaba y, cuando levantó el velo, le cegó un resplandor. De ese modo conoció, inmediatamente después del asco, la excitación. Sin mierda (en sentido literal y figurado) no existiría el amor sexual tal como lo conocemos: acompañado de palpitaciones del corazón y ceguera de los sentidos”.

Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales. ¡no pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metafísico. El momento de la defecación es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la Creación. Una de dos: o la mierda es aceptable (¡y entonces no cerremos la puerta del water!), o hemos sido creados de un modo inaceptable

Sí, somos leves en nuestra condición, frágiles, discretos y arrogantes. La mierda es la nueva teoría de clases y el discurso para las nuevas generaciones. No existe una mierda culta o una mierda elitista, toda mierda es mierda. Es simplemente mierda por su contextura y olor, por su disponibilidad existencial que nos hermana en la vergüenza.



Friedensreich Hundertwasser considera a la mierda como una cultura – sagrada:

“la vegetación ha tardado millones de años en cubrir la escoria y las sustancias tóxicas con una capa de humus, una capa de vegetación y una capa de oxígeno, para que el hombre pueda vivir en la tierra, pero el hombre es un desagradecido y vuelve a traer a la superficie de la tierra la escoria y las toxinas, que el cosmos había cubierto con tanto mimo. Así, ese acto atroz de irresponsabilidad humana, hace del final del mundo algo semejante al principio de los tiempos. Nos estamos suicidando. Nuestras ciudades son ulceras cancerosas”.

Nos estamos suicidando con nuestra propia mierda. Convirtiendo nuestras ciudades en grandes cementerios de mierda que tarde o temprano resucitaran para cobrar venganza. Nuestros alimentos son producto de la defecación de otros seres. Nosotros un problema ecológico que está matando la tierra, consumidores de excrementos para mantener la sagrada vida, humus de mierda que alimenta la savia de nuestras plantas.

“Nuestros excrementos, nuestros desechos , son llevados lejos, con lo cual contaminamos ríos, lagos y océanos, o los transportamos a depuradoras muy complejas y costosas (y, solo en raras ocasiones, a plantas centralizadas de descomposición), o son eliminados. La mierda nunca vuelve a nuestros campos. Ni a los lugares de donde proceden nuestros alimentos. El ciclo que va de los alimentos a la mierda funciona. El ciclo que va de la mierda a la comida se ha roto. Tenemos una idea falsa de nuestros desechos. Cada vez que accionamos la cisterna en el WC, porque creemos que eso es higiénico, estamos violando las leyes cósmicas. Porque, en realidad, se trata de un acto impío, de una muerte gratuita”.

El objetivo es arrojarle la mierda al país vecino para que la consuma. Y si esa mierda va a parar a un paìs pobre e independiente mucho mejor. Al fin y al cabo su comida es su comida, sus alimentos son sus alimentos y el ciclo que va de la mierda a la comida se ha perfeccionado en la economía mundial. En los otros países, en los opulentos, se produce con tecnología de punta donde no se involucra a la mierda. Las ulceras cancerosas no son para ellas, son para nosotros, que además de comer mierda, consumimos alimentos excrementizados. Un nuevo ciclo inventado por el hombre e incorporado a los procesos productivos de la naturaleza, ya no van los alimentos a la mierda, va la mierda a los alimentos generando una rata de productividad para las transnacionales que todo lo pueden hasta el santo milagro de hacer de la mierda un rentable negocio.

“Cuando vamos al WC, y nos encerramos y accionamos la cisterna sobre nuestra mierda, firmamos y sellamos el asunto. ¿De qué nos avergonzamos? ¿De qué tenemos miedo? Lo que ocurre realmente con nuestra mierda después, es algo que ignoramos, como la muerte. El fondo de la taza es una puerta abierta a la muerte; solo pensamos en largarnos lo más rápidamente, en olvidar la decadencia y la putrefacción. Pero estamos muy equivocados. Porque la vida empieza con la mierda. La mierda es mucho más importante que los alimentos. Los alimentos solo nutren la humanidad, que se reproduce a una escala masiva, que disminuye en calidad y que se ha convertido en una amenaza mortal para la tierra, en una amenaza mortal para la vegetación, el mundo animal, el agua, el aire y la capa de humus...”.

La vida, que no la humanidad, depende en su totalidad de la mierda, de las excrecencias que se suceden continuamente en un juego absurdo de la existencia. La mierda sagrada que nos produce repugnancia es la base de la creación, el maná sagrado que tanto buscaban los elegidos. La mierda que en un juego inacabable se transforma para simplemente continuarse. La mierda es sagrada y ante ella deberíamos postrarnos en reconocimiento a sus bondades divinas. Mierda que evitamos pero que en todas partes encontramos. Mierda sin altar como dios sin devotos, aquella que un día nos cobrará con creces nuestros olvidos, mierda que la envilecemos y la agraviamos en nuestro loco intento de parecernos a los dioses. Mierda sagrada que todo lo puedes, que sobrepasas en importancia a todo lo existente y que sin embargo continuamente te evitamos. La vida empieza con la mierda, se mantiene y se sucede.




“Pero la mierda es la base de nuestra resurrección. Desde que el hombre es capaz de pensar ha buscado la inmortalidad. El hombre desea tener un espíritu. La mierda es nuestro espíritu y la mierda nos permite sobrevivir. La mierda nos hará inmortales...”.

Si, en la mierda está el destino de la humanidad, No en vano Freud afirmaba que soñar mierda era un buen augurio por cuanto significaba oro. Pasolini hace comer mierda a sus actores en una película, simbolizando con ello el inicio de un nuevo ciclo. Si comer es importante, pues cagar también, y no es bueno aquello que entra por nuestra boca sino lo que sale de nuestro cuerpo porque es el fin trágico de un ciclo incompleto. “Rezamos antes y después de cada comida. Nadie reza cuando caga...”. Gog, el creador de Pappini, afirmaba sin rubor alguno que el hombre debería comer solo, sin testigos, encerrado en un pequeño cuarto, de la misma manera que lo hace cuando defeca.


Al fin y al cabo estamos inmersos en la mierda. Nos rodea, la palpamos, la tocamos, la llevamos en nosotros y la retenemos cuando no queremos expulsarla. Mierda Santa que estas en nuestros intestinos, bendita sea tu descendencia, venga a nosotros tus favores, hágase en la tierra como en nuestro culo, no seas nunca nuestra tentación y líbranos de tu presencia ante nuestra amada. Mierda santa que nos tiranizas cada día, que al fin entendamos que tú eres la vida y que en ti nacen nuestras resurrecciones.






Don Antonio Nariño y la verdadera historia
SOBRE LA TRADUCCION DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE

Para el investigador Alfredo Laverde H. la impresión de los Derechos del Hombre y del Ciudadano "son un cuento de hadas”. Igualmente considera que la acusación que se le formulara a don Antonio Nariño fue un caso rodeado de las más extrañas circunstancias.
Según Laverde el viacrucis del tesorero de diezmos del virreinato y amigo personal del virrey Ezpeleta comienza a principios de agosto de 1794. El soldado español José Arellano presenta ante las autoridades una declaración en la que indica que varios criollos están atentando "con dos impresos contra el normal desarrollo del sistema. En uno contra la religión y en otro contra el gobierno".
Sin que nadie sepa como aparecen en la ciudad de Santa Fe de Bogotá unos pasquines en los cuales se hacía burla de algunos altos funcionarios de la corona en América. Se inicia así la que sería considerada como la "Conspiración de los Pasquines". En términos de nuestra época podríamos considerarlos como unos grafitis en contra De Altos Funcionarios del Estado, lo que lleva a una consecuente investigación con el fin de determinar los autores intelectuales y materiales del hecho. En nuestra ciudad, San Juan de Pasto, se vivió una historia similar cuando aparecieron unos grafitis en contra de un reconocido periodista de nuestra región y se iniciaron varios pleitos judiciales tratando de identificar a los autores de este trance. Entré ires y venires por los diferentes pasillos de las oficinas encargadas de impartir justicia desfilaron bastantes personajes ampliamente reconocidos, acusados de ser los autores intelectuales. Lo único cierto es que jamás se encontraron los responsables.
De los incriminados en la "Conspiración de los Pasquines", la historia nos cuenta que tales fueron Sinforoso Mutis y el francés Luis Rieux. Hay que destacar que el primero era hermano Del Sabio Mutis. Junto a ellos cayó un grupo de criollos considerados intelectuales y que con alguna frecuencia se reunían en la casa de don Antonio Nariño para realizar tertulias y debatir importantes temas de actualidad. Lo cierto es que se aplican algunas torturas y un español, Francisco Carrasco, aclara que él fue testigo de la existencia de otros documentos de mayor importancia. Carrasco delata a los estudiantes Juan Muñoz y Miguel cabal a quiénes había sorprendido en cierta oportunidad leyendo una hoja suelta titulada los Derechos del Hombre.
La hoja suelta a que hacía referencia Francisco Carrasco, efectivamente, contenía la declaración De los Derechos del Hombre, pero a diferencia de lo que se cree, había pasado totalmente desapercibida pues "ya tenía por lo menos un mes en manos de los amigos de Nariño y por capturar a los autores de la conspiración de los pasquines quedan a la luz los Derechos del Hombre".
Para el investigador Abelardo Forero B. "lo que le sucedió a Nariño fue una conspiración política. Los españoles querían desacreditarlo y vieron la oportunidad en los pasquines. Era la manera de que el virrey Ezpeleta le quitara el apoyo que le tenía".
Únicamente en el año de 1811, después de acaecidos los hechos del 20 de julio de 1810, circula la primera versión pública de los Derechos del Hombre.
Esta historia para entender que la Historia no es como la pintan, que muchos de los acontecimientos históricos necesitan ser revaluados. Es posible que sin la famosa "Conspiración de los Pasquines", la vida de don Antonio Nariño no hubiese sido tan agitada ni llena de gloria.





EL DOCTOR MIERDA




En Latinoamérica no hay científicos; hay repetidores. Ante un descubrimiento o un invento en otras latitudes del planeta se revela en nuestro mundo una cantidad indescriptible de explicadores. Que el aire tenía que salir por cuanto los átomos, al chocarse con los isótopos, producen una reacción hiperbólica que enajena por completo el sentido de equilibrio y entonces se genera tal consecuencia.

Si el invento es mecánico se generan explicaciones sabias de todo tipo; se invita a foros, talleres y conferencias que comprueban en un santiamén la exactitud del problema. Grandes hombres han ganado su celebridad gracias a sus pomposas y grandilocuentes disertaciones aprehendidas en textos europeos o norteamericanos.

Un profesional latinoamericano debe pasar por seis años de universidad para analizar la mierda de sus congéneres; tarea que, según el texto de Abble, se aprende en seis meses y con menor esfuerzo. Sus clases teóricas y pomposas se le olvidan en el transcurso de los próximos seis meses a su graduación y al emplearse utiliza lo único que debió aprender: a analizar la mierda y a decir que tipo de parásitos habita ese hombre.

No se inventan métodos propios, se transcriben los descubiertos por otros y al cabo de seis años se rutinaza en su labor; descubre que para hacer lo que hace fueron innecesarias tantas materias.

Al tomar un pequeño microscopio, se encuentra que lleva el emblema " Made in Japan "; al usar un bisturí encuentra que su marca es Zusuky; al mirar su termómetro lee U.S.A.. Todo nos viene hecho, únicamente la mierda es nuestra, producto del enlatado coreano o del embutido canadiense; la globalización económica, permitió invadir nuestros mercados con productos extranjeros con mayor libertad; vencidos ante la incapacidad colectiva, optamos por la vía fácil del consumismo.

Nos nutrimos de lecturas que nos inyectan positivismo en los tiempos difíciles y tomamos nuestro queso Roquefort sin sentir temor o tan sólo vergüenza. Si se es pedagogo hay que mencionar a toda una pléyade de investigadores irlandeses, norteamericanos, griegos o romanos; ni un solo hueso encontramos de los nuestros y sus máximas y proverbios tienen un claro tinte foráneo.

Mientras los latinoamericanos discutimos sobre cuál empresa automovilística nos conviene para otorgarle la licencia de ensamblaje, los japoneses ya están pensando en el automóvil sin ruedas. Cuando el caucho se daba abundante en esta tierra, nuestra preocupación no fue el montar industrias para trasformar directamente este elemento y exportarlo; nos enfrascamos en interminables guerras para esclavizarnos mutuamente y vender la materia prima para que los países europeos crezcan sin medida.

Y nos pasamos la vida mirando la mierda con el ojo ajeno. Enfrascados en tediosas discusiones: si la mierda es verde o amarilla; si mierda se debe escribir con M mayúscula o con m minúscula; si es una palabra grave o aguda; si es posible entender el comportamiento humano dependiendo si se defeca una o más veces; si Adán defecaba o no, si el Espíritu Santo espero a que primero Juan defeque para dejar caer sus rayos lumínicos; si la mierda algún día será reciclable y servirá para calmar el hambre de cientos de infantes que mueren en las calles latinoamericanas como ratas alcantarilla.

En un país diminuto llamado Colombia se abre una universidad cada día. Ciudades de menos de 400 mil habitantes, cuentan con más de una decena de universidades; se ofrecen programas para todos los gustos y a todos los costos.

Se paga a contado y a crédito, se ingenian modalidades de ciclos y por talleres, se permite que en ruinosas y vetustas casas se monten programas de salud mental y ocupacional; hay para todos y para todo.

No es raro encontrarse con ciudadanos que son dueños de tres o más títulos universitarios. Los hay mecánicos dentales y genetistas; licenciados en educación e ingenieros de alimentos; arquitectos y a la vez postgraduados en veterinaria.

Se estudia por estudiar, por el simple prurito de ascender en un escalafón docente o simplemente por vanidad. Nunca se ejerce, a lo sumo se reclama el trato de Doctor o de Magíster. En sus records de trabajo jamás figura su especialidad. Se es psicólogo y se desempeña en el área de contabilidad de la empresa; o ingeniero de alimentos con nota sobresalientes durante toda la carrera, con vastos conocimientos que jamás se aplicarán.

En este país como en el resto de Latinoamérica se estudia por estudiar. Por llenar vacíos o por tener què hacer o qué charlar; por presunción o por ganarse el aprecio y la admiración de la familia. Jamás nos cuestionamos la utilidad del tiempo invertido y nos limitamos simplemente a sonreír cuando el título está en nuestro bolsillo.

Se invierten miles de minutos y horas, cientos de miles de pesos en el mantenimiento estatal de las universidades para subsidiar el estudio y la preparación; pero jamás esa inversión se recupera. Los contribuyentes pagamos cada día más para alimentar simples vanidades que nunca darán sus frutos.

Envejecemos sin haber descubierto aquello para lo que realmente éramos buenos o aquello en lo cual podíamos brindar algún aporte a la humanidad. Nos medimos en la simple capacidad económica que nos condena a ser países dependientes y subdesarrollados.

Nuestros hijos son preparados simplemente para medrar en el trabajo de los demás. Les brindamos herramientas para despertar la compasión ajena. Cargarán como los demás latinoamericanos una serie de títulos inservibles que engalanarán el ego familiar y que a su destino como pueblo nada le significan. Ajeno el Dios que nos protege, los ritos que nos enseñan, los milagros que nos asisten, el cielo que nos cubre.

Extraño el tratamiento ofrecido a nuestros niños en la escuela, creado por pedagogos que nada nos dicen pero que es más fácil aceptar. Lejano el milagro de nuestro propio descubrimiento, jóvenes envejecidos en plena pubertad y adultos que nos limitamos a ganarnos la vida sin principios existenciales propios y sin propósitos definidos de futuro.

Y el medio de todo ese panorama, en medio de tanto doctor, la escena triste del niño latinoamericano muriendo infame mente en nuestras propias calles. Hombres, mujeres y niños envilecidos en la pústula de la prostitución, vendiendo lo único que les queda por ofrecer: su cuerpo y sus conciencias.

Doctores que en medio de sus discursos y sus agitaciones bufonescas redimen todo lo humano y terrenal; pero que en el ejercicio de sus funciones tiemblan como gelatina al primer intento de insubordinación.

Doctores que cuentan con estudios para todo lo habido y por haber, que guardan en sus sobacos estudios y más estudios con datos estadísticos de su sociedad. Doctores que recitar fórmulas mágicas como corderos degollados y que guardan en su chaleco las uñas postizas de su real disfraz. Latinoamericanos que tienen el record de producir culébreros y milagreros de todos los pelambres y estilos.

Hombres y mujeres educados en universidades sin alma que lo único que les infundió en su espíritu fue la fórmula mágica de hacer dinero y sonreír ante el interés de los demás.

Hemos sido incapaces de examinar con nuestros propios ojos nuestra real situación y ante un niño que clama nuestra piedad le aplicamos las reglas de Budefort o las hipótesis de Keyneder, ante el hambre de las multitudes recitamos las fórmulas sagradas del Santo Evangelio y ante la muerte de miles y miles de compatriotas latinoamericanos explicamos que de haberse aplicado las teorías de Luching se habría podido evitar por lo menos la muerte de la mitad de ellos.

Recitadores y versificadores; copistas y memoristas; dicharacheros y abrazadores. Incapaces de industrias o de transformar nuestros propios productos. Aplicando siempre la filosofía del Dr. mierda que cuando está en el inodoro recita las fórmulas de sus maestros para no perder la inspiración y la oportunidad de ascender en el escalafón.

Doctores de mierda que lloran sus muertos ante su propia incapacidad de producir vida. Doctores y más doctores, doctores de doctores que clama al cielo ante su inoperancia profesional.

Y mientras usted lee esta nota, en nuestro continente reciben su título profesional cerca de 40 mil ciudadanos más. Y en nuestras calles mueren cuatro millones de niños sin más consuelo que unas eruditas notas económicas plagadas de hermosas barras estadísticas realizadas con tecnología de punta de mentes no latinoamericanas.

Pero todo es admisible mientras en nuestros hogares la nevera está repleta y nuestros hijos estudien en costosísimos colegios que los preparan para ser doctores en las distinguidas universidades latinoamericanas.




EL JESUS HISTORICO

El investigador Mark L. Prophet cuestiona duramente el conocimiento que sobre Jesús se ha difundido hasta nuestros días. En su libro " Las enseñanzas perdidas de Jesús” -The lost teaching of Jesús-, plantea "... Que los Evangelios que pudieron haber contenido las enseñanzas originales de Jesús fueron prohibidos y destruidos por la Iglesia ortodoxa debido a que estaban en desacuerdo con ella... ".
Las Enseñanzas perdidas de Jesús es un libro a todas luces polémico y controversial. Según Prophet y de acuerdo a sus estudios bíblicos se ocultaron deliberadamente muchas de las enseñanzas de Jesús; para el " existen al menos 12 pasajes a lo largo de todos los Evangelios que muestran a Jesús enseñando, pero que no registran sus palabras".
Para corroborar lo anterior cita a Mateo 9:35; Marcos 6:6; Lucas 4:31 y otros textos bíblicos del Nuevo Testamento que muestran a un Jesús enigmático y dedicado a su labor mesiánica. Muchos de sus mensajes fueron deliberadamente ocultados y mantenidos en secreto para sus seguidores; únicamente conocieron totalmente sus palabras sus más cercanos amigos y colaboradores. En Mateo 9:35 leemos: "Y Jesús iba recorriendo todas las ciudades y villas, enseñando en sus sinagogas, y predicando el Evangelio del reino de Dios, y curando toda dolencia, y toda enfermedad”. Nótese que Mateo afirma que Jesús "enseñaba en la sinagogas", pero no aclara las enseñanzas de Jesús; sin lugar a dudas que esas instrucciones eran de gran importancia y no sabemos las razones por las cuales Mateo no las escribe detalladamente. En el Evangelio de marcos capítulo 6 versículo 6 podemos leer: "Y admirabase de la incredulidad de aquellas gentes, y andaba predicando por todas las aldeas del contorno"; igualmente este evangelista afirma que Jesús" andaba predicando "pero no es explícito y contundente en sus palabras, asevera que predicaba mas no consigna sus predicas como era de esperarse debido a la importancia de Jesús y de su mensaje. En Lucas 4: 31 encontramos: "Y bajó a Capharnaum, ciudad de Galilea, donde enseñaba al pueblo en los días de sábado "; nuevamente se asevera que Jesús "enseñaba al pueblo" sin incluir sus palabras. La importancia de la predica de Jesús para sus seguidores es incuestionable, de ahí que Prophet considera muy sospechosa la actitud de los diferentes evangelistas que no tuvieron la capacidad ni el cuidado suficientes para guardar con celo y diligencia cada una de las enseñanzas de su Maestro.
Juan es aún mas contundente en el capítulo 21 versículo 25 cuando expresa: "Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aún en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir". Notamos que Juan es categórico al decir "hay otras muchas cosas que hizo Jesús" lo cual quiere decir que parte de la información no fue consignada; error u omisión que deja al descubierto unas enseñanzas secretas únicamente conocidas por sus apóstoles. Así mismo Juan afirma que la totalidad de los mensajes de Jesús "si se escribieran no cabrían en todos los libros del mundo". Lo que desconcierta aquí es que los evangelistas consignan muy pocas enseñanzas de Jesús, se limitan simplemente a expresar en frases lacónicas que Jesús enseñó mucho sin detenerse a detallar cada uno de sus preceptos.
Para Prophet la explicación además de lógica es obvia: los evangelistas no conocieron de primera mano las enseñanzas de Jesús y para escribir sus evangelios se basaron en otros escritos que circulaban profusamente en su época y que pueden considerarse como los evangelios originales del cristianismo. Otro destacado investigador del mensaje bíblico, Morthon Smith, arguye que "Marcos y Juan se basaron en un evangelio arameo antiguo que fue traducido dos veces al griego; una traducción fue usada por Marcos y la otra por Juan".
Sobre Jesús son muchas las conjeturas que se han tejido a lo largo de toda su historia. En el año 180 d.de C. el Padre de la Iglesia Ireneo afirmaba que " Jesús vivió cuando menos de 10 a 20 años después de la crucifixión y continuó llevando el puesto de Maestro, Así como el Evangelio y todos los ancianos testifican ". El gnóstico Pistis Sophia aseveraba que " después que Jesús había resucitado de los muertos, pasó 11 años conversando con sus discípulos y enseñándoles ".
En lo que si están de acuerdo los especialistas e investigadores es en la fecha en la cual los evangelistas escribieron sus propias versiones sobre la vida de Jesús. Se concluye que los evangelios fueron escritos entre los años sesenta al 100 d. de C. " y que recopilaron sus libros de un grupo diverso de fuentes orales y una serie de documentos originales que contenían las acciones, palabras y enseñanzas de Jesús, en los cuales ellos confiaban plenamente ". Sobre la existencia de un documento en el cual se basaron los evangelistas existen muy pocas dudas: " Esto se pone de manifiesto debido al hecho de que Mateo, Marcos y Lucas, los Evangelios sinópticos, utilizan gran parte del mismo material, pero lo colocan en distinta secuencia ".
El caso más particular hace referencia al conocido como El Sermón De la Montaña. Mateo lo expresa en 111 versículos; Lucas lo pone de manifiesto en tan sólo 30 versículos: " ambos sermones contienen las Bienaventuranzas, pero Lucas salpica la mayoría de los otros 81 de Mateo en distintos contextos a lo largo de su evangelio. En Mateo, la oración del Señor está incluida en el sermón, pero Lucas la coloca varios capítulos después del sermón y en un entorno distinto ". Prophet concluye que los escritores trabajaron con documentos originales, según iban tejiendo las parábolas y los dichos existentes; sostiene y comprueba que los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas son similares en lenguaje, relación de hechos y puntos de vista, " extensiones paralelas en contenido y estructura en estos tres Evangelios hacen posible arreglar sus versículos lado a lado en columnas paralelas para que se puedan leer juntos”.
Quizás estemos muy distantes de conocer toda la verdad sobre Jesús, ese personaje histórico que se ha vuelto un mito en la humanidad. Para los creyentes continuará siendo la fuente viva de su fe; para los escépticos un personaje histórico rodeado de enigmáticas enseñanzas. Para todos, un ser atrayente y atractivo. Jesús un misterio vivo, un referente de los tiempos y de las épocas, un cordero crucificado en el altar por su propio rebaño.




¿EXISTIO JESUS?

Juan Arias, escritor, periodista, teólogo, filosofo, psicólogo y corresponsal de varios periódicos en el mundo entero, autor, entre otros, del libro “Jesús, ese gran desconocido”, plantea la posibilidad de la inexistencia del profeta hebreo: “¿Existió Cristo como personaje histórico o su figura constituye nada más que un amasijo de antiguos mitos provenientes de Oriente Próximo y Egipto?.” Según las investigaciones de Arias las primeras dudas sobre la existencia de Jesús se abrieron cuando el historiador francés Constantin Voney, en el siglo XVI, empezó a exteriorizar serias dudas sobre la realidad histórica del profeta de Galilea. En el mismo siglo el historiador Charles Francois Dupuis también puso en tela de juicio la existencia de Jesús.
A raíz de la nueva ola de la Ilustración, en el siglo XVII, se inicia una crítica histórica sobre este personaje que fundamenta la existencia de varias iglesias y se constituye en el símbolo de la fe religiosa de numerosos núcleos humanos. Ante esta acometida, según Arias, se presenta una seria preocupación por parte de la Iglesia Católica -“que funda su fe precisamente en la persona real, de carne y hueso, de Jesús de Nazareth y no en un mito o en un superhombre o en una idea abstracta”-, por cuanto no existen documentos de los tiempos de Jesús que atestiguasen, ni por parte judía ni por parte romana, la existencia del personaje.
Arias es aun más explicito cuando afirma categóricamente, basado en sus estudios, que actores cristianos tan importantes como Pablo de Tarso, son un simple mito, una creación colectiva y desesperada de un grupo de hombres que se negaban a abandonar su fe: “los seguidores del mito alegan que no solo Jesús, sino también Pablo de Tarso –que, según algunos, sería el verdadero fundador de la Iglesia Católica- fue fruto de una creación literaria de unos grupos que hicieron un cóctel de otros mitos religiosos, desde el judaico a los griegos y egipcios”.
Las diferentes pesquisas sobre la real existencia de Jesús han sido frustrantes por cuanto es muy poco, o casi nada, lo encontrado. El filosofo Filón de Alejandría, no menciona en ninguno de sus cincuenta escritos el nombre de Jesús, a pesar de que se interesa por la gran actividad de sectas y movimientos dentro del judaísmo de aquel tiempo “y Filón conocía muy bien, por ejemplo, a Pilato, de quien habla en sus obras...”. Preocupante para los seguidores de Jesús que el historiador Justo de Tiberiades”, contemporáneo del considerado Mesías, “tampoco lo cita a pesar de haber escrito la historia de Palestina desde Moisés hasta setenta años después del supuesto nacimiento del profeta”. El único historiador que cita a Jesús es Flavio Josefo, pero únicamente en dos pasajes y en una forma indirecta al relatar el martirio de Esteban. La explicación, para algunos historiadores, puede darse en el hecho de que Jesús, si existió, “pudo haber tenido muy poco influjo en la sociedad de aquel tiempo, no mereciendo, por tanto, el honor de la crónica”.
Los únicos documentos con los cuales cuenta el investigador serio son los evangelios, escritos entre sesenta y cien años después de la supuesta muerte y resurrección del profeta de Galilea y escritos por personajes que nunca conocieron directamente a Jesús. Pero estos documentos no son históricos y únicamente responden a la fe de un grupo de creyentes. Los cuatro evangelios conocidos fueron seleccionados de un grupo mayor, los cuales posteriormente fueron declarados apócrifos. La decisión de seleccionar algunos escritos evangélicos fue tomada en el Concilio de Nicea del año 325 gracias a un milagro, tal como se cuenta en la obra titulada Libelus Syndicus: “El milagro consistió en que, de todos los evangelios que existían, los cuatro que hoy conocemos como inspirados se colocaron solitos sobre el altar, tras haber ido volando hasta allí”.
Cabe preguntarse con Paulo de Coelho “Si Jesús no hubiese existido, ¿cómo sería hoy nuestro mundo? ¿Cómo hubiese sido el arte, la música, todo nuestro sistema de pensamiento? Pero cuando mencionamos el nombre de Jesús, ¿de qué Jesús estamos hablando...?”. Seguramente la respuesta a estos interrogantes están dados en una verdad que unos se niegan a revelar y otros a aceptar.




LA PEDAGOGIA DEL GRITO




La eficacia del grito es innegable en los seres con carencias mentales; las deficiencias anímicas y volitivas se compensan al ímpetu de una orden tiránica. El grito mueve los hilos íntimos del hombre moralmente deformado, llevándolo a acciones antes para él impensadas e inimaginadas; lo que antes fue una quimera se convierte en una realidad cercana y superada.

Ante un grito oportuno se despiertan los anhelos de acción; las grandes maravillas el mundo se deben a la voz fuerte y exaltada de un capataz. La gran masa, los triviales, los seres anónimos y desprevenidos ciudadanos carecen de la inteligencia necesaria para actuar por voluntad propia, su torpe filosofía de la vida les hace creer que pasar desapercibidos es la mejor manera de gozar la vida. Esos seres tienen muerto o demasiado adormilado su espíritu de iniciativa, actúan únicamente ante la impetuosidad de un grito y a cambio de respeto, obedecen al temor. Son seres que no evolucionaron en espíritu, seres que se encuentran al mismo nivel cultural o emocional que las mulas cerreras. El látigo es su único lenguaje y su único estímulo; no le temen a nada salvo al capataz que los domina con su sola presencia.

El grito es una opción de inteligencia para los seres inoperantes e insuficientes mentales; a cambio de propuestas o de iniciativas se tiene a mano el poder sugestivo del grito.

Cuántos espíritus se inactivarían si cesaran los gamonales sus gritos; el mundo se estancaría, no tendría norte ni sendero. El grito penetra las almas con más facilidad que la cultura, el amor o la ternura. Es una gran verdad que el mundo no está preparado para la inteligencia, que los triunfadores son aquellos que han hecho del grito su campo de batalla.

Es muy común el observar a personajes atarvanes y groseros, humillativos y altaneros ocupar cargos de alto rango y de gran responsabilidad; la gente los critica pero los admira, les obedece por temor y terminan siendo sus cómplices para sus propósitos más bajos.

El grito es la fuerza poderosa que mueve al mundo. Es la fuerza suprema que mueve a la acción.

Desde temprana edad la humanidad descubrió en el grito y en la fuerza una opción de dominio, de sobreponerse a los demás. Al sabio se le respeta; pero no se le obedece, al gamonal se le teme y se le obedece. Las organizaciones sociales donde impera el grito son inoperantes por cuanto exclusivamente se obedece la parte tangible de las cosas, es la simple forma, la estructura vacía de esa organización; en apariencia el grito es fuerza, pero es debilidad por cuanto implica el desconocimiento del otro, la simple apariencia de las cosas y la falsedad en el verdadero sentir de las cosas.

El gamonal se convierte en una víctima de sus circunstancias porque al desarrollar la apariencia adquiere también la forma; de ahí que su arrogancia se traduce en fracasos rotundos y contundentes en su hogar, su presencia no lleva aliento sino desaliento y la ausencia de ternura arruga su alma al límite de la amargura.

No es el pensamiento el que condiciona al cuerpo; es lo físico lo que moldea el ánimo y construye sus propias soledades.

Bien lo expresaba uno de nuestros grandes pensadores que “TODO LO SÓLIDO SE DESVANECE EN EL AIRE” y los productos hijos de los gritos se desvanecen ante la mirada serena y profunda de la inteligencia.

Preguntarse por qué mi jefe grita todo el día es la forma más sencilla para comprender que ese jefe tiene alma de arriero formada con la piel de sus propias mulas. No entiende de caminos, de civilización y de inteligencia por el simple hecho que él mismo es el producto de la ignorancia...

No saber es exponerse al ridículo cuando se está en un cargo superior a nuestras capacidades; una cueva segura para protegernos es el grito, la humillación, el desprecio hacia los demás.

Gritar es más fácil que pensar, gritar es una simple fórmula de elemental descortesía... Es encubrirse de prepotencia para aceptar que no se sabe o que no se puede. El bruto grita como grita el arriero en las montañas. Las mulas obedecen la voz de su amo porque saben que tras ella se esconde el látigo y el castigo.

No es la obligatoriedad de la acción lo que debe movernos, es la convicción y el estudio de la situación, el hecho maravilloso que nos debe conducir a actuar. Si queremos ser dueños de nuestros actos, si queremos diferenciarnos de las bestias obedezcamos la sensatez del sentido común, motivémonos en la grandeza del espíritu y no simplemente en la vulgaridad del estropicio y el griterío.

Cada que oigas un grito ten la plena certeza que estás ante la presencia de un ser involucionado o estancado en su proceso de evolución humana y espiritual: no le temas, compadécelo y con la misma paciencia que emplearías para educar a un animal ábrele las puertas de tu corazón para hacerle entender que mandar es algo más que gritar, es guiar y orientar procesos, organizar las actividades sin improvisar, mover los cimientos del mismo espíritu para hacer de cada acto un compromiso con la humanidad.

Construir espíritu significa estar dispuesto a guiar su propio redil, saber que el camino, en muchos casos, terminará en el Monte del Calvario o en las mazmorras de inquisidores de la moral.

La aparente efectividad del grito se desvanece cuando nos adentramos en la vida de esos seres: su alma, su espíritu, su ser son una marejada de falsos sentimientos que no les producen tranquilidad ni bienestar ni a él ni a los suyos; es una zozobra permanente de perder la voz, una angustia existencial de saber que con su ausencia los otros actúan como verdaderamente quieren ser.

Al contrario, cuando se ha edificado en la pedagogía del silencio y del ejemplo, no importan las ausencias y ellas mismas generan mayores espacios de trabajo y voluntad. No es más fuerte el viento por tratar de empujar las montañas; es más fuerte la brizna al tratar de arrastrar sus propias semillas de permanencia y de paz.

No acostumbres a tus chiquitines a los gritos, imponles la serenidad de sus propias convicciones. Ellos son semilla movida por nuestra tierna voz, son la esperanza de nuestros actos y la sensatez de aquello que creemos.








LAS CIFRAS DE AMERICA LATINA
"Nuestra izquierda es pre- historia"
"Profesores, nos estáis haciendo viejos"
En América Latina padecemos la ausencia de investigadores, los escasos cerebros que se atreven a explorar los vericuetos de la ciencia son vapuleados desde las aulas escolares.
Trágico saber y comprobar que en nuestro continente (el Sur, claro está) apenas se produce el 1% de los artículos publicados en la revistas científicas del mundo y que los artículos producidos por científicos e ingenieros colombianos representan el 1% de la producción latinoamericana.
Es tal la pobreza y ausencia de ciencia y científicos en nuestro continente que las cifras hablan por sí solas:
Mi entras Japón cuenta con 5.500 científicos e ingenieros por cada millón de habitantes, y los Estados Unidos con 2.685, América Latina apenas alcanza a 210 científicos e ingenieros por millón de habitantes. Sin embargo, este promedio esconde realidades aún peores:
Brasil o México disponen de 400 científicos de ingenieros por millón de habitantes, nuestro país apenas cuenta con 166. indiscutiblemente la economía está ligada a este proceso que nos ubica en los últimos lugares a nivel mundial.
Lo s países asiáticos destinan el 2.1% de su Producto Interno Bruto a investigación científica y tecnológica; los Estados Unidos, el 3.1%; nuestros países se condenan por mano propia destinando sumas irrisorias a la investigación y a la ciencia, pues Brasil apenas destina el 0.9%; Argentina el 0.8%; México 0.6% y nuestro país, Colombia, está por debajo de todos ellos dedicando tan sólo el 0.5% de su PIB, cifras irrefutables e innegables, realidad que nos convierte en víctimas de un sistema político-económico mundial al generar dependencia tecnológica que se traduce a su vez en una dependencia emocional y social.
El científico Rodolfo Llinas, plantea en la introducción de la conclusión de la misión de ciencia, educación y desarrollo: "Urge preparar la próxima generación de colombianos con una óptima educación y con sólidas bases en ciencia y tecnología, en un proceso inicial de 25 años. Dicho lapso es el mínimo requerido para implementar un programa pertinente para el fomento de la investigación en ciencia y tecnología para el desarrollo de Colombia".
La realidad es otra. En una sola de nuestras ciudades: Bogotá, la línea entre la pobreza y la miseria se angosta. El 49.6% de los capitalinos está bajo la línea de la pobreza. Y como si eso no fuera poco el 14.9% bajo la indigencia. No obstante lo anterior, en otra de nuestras regiones: Antioquia, se invirtieron 816 mil millones de pesos en una absurda y cruenta lucha contra la violencia.
El panorama es aún peor. Para la década de los 90 el endeudamiento público se constituía en una cifra cercana a 35% del PIB, "Este nivel se redujo entre 1990 y 1994 al 22.5%. Pero a partir de 1996 la deuda pública comenzó a crecer más rápidamente que el PIB, y en los tres últimos años se desbocó. No conformes con dicha cifra, "en 1999 alcanzó casi el 50% del PIB y ahora supera el 75%".
Deuda pública que expresa tragedia, atraso y soledad. Únicamente en la década de los 80, América Latina pagó más de 40 mil millones de dólares al año. Entre 1982 y 1988 se entregaron no menos de 235 mil millones de dólares por concepto de las deudas contraídas.
Para Colombia la deuda es impagable y atroz. Solamente entre los años de 1999 al 2001 aumentó el número de pobres en 3 millones más. Situación que se complica con la determinación tomada por nuestro presidente y los Estados Unidos de combatir el narcotráfico utilizando métodos que han generado caos y muerte, caso típico de una mentalidad subdesarrollada que a falta de liderazgo propio lo crea con una falsa imagen de poder amparado en el belicismo cruento de los norteamericanos.
Da tos más recientes revelan que la deuda externa de 89.400 millones de dólares en 1975, se elevó a 607.230 millones de dólares en 1996; los pagos netos por utilidades e intereses de 18.500 millones de dólares en 1980, pasaron a 38.400 millones en 1996.
Desde 1980 a 1996 América Latina y el Caribe han realizado pagos, por ese mismo concepto, por 564.800 millones de dólares. Asimismo, durante el periodo de 1982 a 1990 la transferencia de recursos al exterior fue de US $221.500 millones. Esto explica el hecho trágico y doloroso para nuestros países, de que sus economías, por paradoja, financian el crecimiento del capital transnacional, afianzando así el poderío económico de los países altamente desarrollados, mientras los países latinoamericanos y caribeños se hacen cada vez más dependientes y vulnerables por virtud de la riqueza que sirve para aumentar la sumisión económico-social.
El problema es aún mayor por cuanto nuestro recursos son saqueados continuamente. La dependencia tecnológica ha generado una dependencia económica y cultural. Nuestros bosques y selvas son deforestados por cuanto la exportación de bienes de la mayoría de los países está constituida en más del 70% por productos primarios.
Y aterradora de la cifras que nos hacen saber que en América Latina y el Caribe existen 150 millones de personas sumidas en la pobreza crítica, más del 41% de la población padece de algún grado de desnutrición, la tasa de criminalidad multiplica cuatro veces la normal y es considerado el continente con más altos niveles de desigualdad del mundo.
¿ Cuántos millones de niños mueren en las calles victimas del sistema? Las cifras son escandalosas y aterradoras: madres de familia que duermen en la calle, abrazando sus niños como único medio de protegerlos contra las inclemencias del frío, la muerte, la hambruna, la pobreza, la desnutrición como una desgarradora realidad producto de cifras frías y sin corazón.
Y en medio de todo esto una juventud que se educa para llenar egos y ansiedades del sistema.
Hacemos nuestro el pensamiento de Fernando Vallejo cuando expresa que "El hombre no viene del simio: el hombre es un simio". Un simio alzado al que Linneo puso ya hace 200 años junto con los otros simios, en el orden o jaula de los primates, y sin embargo todavía no se le bajan los humos.
A nivel mundial llegamos al dato irrisorio de 0.01 en la cifra técnica de científicos e investigadores. Los presupuestos de la guerra aumentan en detrimento de la inversión social en educación pública. Los pobres se vuelven miserables y los miserables son condenados a desaparecer de la faz de la Tierra.
En Colombia, país con 40 millones de habitantes, 32 millones viven en la pobreza. Muchos han dejado de serlo para pauperizarse y miserabilizarse; condenados a ser mano de obra barata. Cientos de los nuestros viajan al exterior con el simple ánimo de ser los niñeros de los europeos o los limpia traseros de los viejos norteamericanos. El colonialismo se hace a la inversa, no vienen a nosotros para explotarnos, simplemente vamos hacia ellos para que nos exploten y humillen.
Ante un panorama así, sólo resta preguntarse: ¿QUE HACER?
Qué hacer cuando el 50% de nuestros recursos se destinan al pago de la deuda externa...?
Qué hacer cuando de lo poco que nos queda un alto porcentaje se destina a la guerra...?
Qué hacer si nuestros jóvenes no desarrollan una conciencia política o social y se conforman con ser unos profesionales brillantes que desembocan en simples empleados oficiales al servicio de un gamonal ...?
Qué hacer con el militarismo desmedido y con unas fuerzas revolucionarias sin bases sociales y sin fundamentos ideológicos que interprete a su pueblo ...?
Que hacer con nuestra clase dirigente que cada día es más vende patrias de ignorante ...?
Que hacer con esta falta de dignidad que nos hace vivir en la miseria como simple cifras estadísticas...?
Miren donde estamos: Colombia convertida un matadero, con miles de secuestrados, decenas de miles de asesinados, un millón y medio de desplazados, otro tanto de exiliados, el campo arruinado; la industria arruinada; los niños y los muchachos reclutados para la guerra o convertidos en sicarios, medio país sin empleo, de limosnero o atracando, y como burla máxima de la farsa de la Ley...".
Estamos donde queremos estar, donde la miseria colectiva de la indignidad nos ha arrastrado, comiendo nuestro propio vómito por temor de ser considerados dignos.
Es tamos en el sitio exacto para serlo que somos, por negarnos colectivamente a un futuro mejor, por elegir a unos cuantos patrioteros que se autodenominan libertarios. Somos y estamos en América Latina, en un paraíso de papel ensangrentado, en un continente desorbitado que se alimenta de sus propios desengaños. Somos lo que somos por envejecer prematuramente sin brindarnos el derecho de vivir en juventud.


NAVIDAD Y PAGANISMO


¿Quién No recuerda su niñez y en ella la bella época de la navidad? Los villancicos, las novenas, la torta y el confite; los exquisitos platos hechos por mamá y, por supuesto, el pesebre navideño. Días de magia y de fiesta, muñecos de nieve que en realidad nunca conocimos pero que eran la delicia de nuestros juegos infantiles. Chozas y pastores, estrellas y reyes, caminos construidos con helechos y aserrín; lagos de cisnes blancos en aguas de cristal, montañas y soles de verde atardecer junto a copos de nieve detenidos en la infinidad de un cielo iluminado.

Esta imagen de la navidad contrasta con los estudios realizados por destacados escritores y periodistas como Juan Arias, autor del libro “Jesús, ese gran desconocido” editado por el mismo autor en el año 2001. Arias se cuestiona si Jesús fue el producto de la combinación de varios pensamientos y culturas que dieron como resultado a un nuevo personaje que colmó las expectativas de unos pueblos en su anhelo de la llegada de un Mesías que acabe su dolor o su esclavitud, física y espiritual. Algunos defensores de la teoría mesiánica, como Albert Churchward y Joseph Welles, sostienen que se trató de incorporar al personaje de Jesús –que no habría existido realmente- elementos de otros dioses o personajes religiosos mitológicos de siglos anteriores a él.

Para estos autores “existen unas coincidencias interesantes entre el Jesús presentado por los cristianos y los personajes y dioses anteriores, como Horus, de Egipto; Mitra, de Persia, y Krishna, de la India. Todos nacen de una madre virgen. Horus y Mitra nacen también el 25 de diciembre. Todos hicieron milagros; todos tuvieron doce discípulos, que serían los doce signos del zodiaco; todos resucitaron y subieron al cielo después de su muerte. Horus y Mitra fueron llamados Mesías, redentores e Hijos de Dios. Y Krishna fue considerado la Segunda Persona de la Santísima Trinidad y fue perseguido por un tirano que mata a miles de niños inocentes. Además, Krishna también se había transfigurado, como Jesús, ante los tres apóstoles predilectos, fue crucificado y ascendió a los cielos. Exactamente como el profeta de Nazaret. ¿Caben mayores coincidencias?, se preguntan”. Evidentemente que no. Son ”coincidencias” tan sospechosas que aún sin proponérselo demuestran una extraña mezcla de dioses y de mitos que de alguna forma terminaron conformando a un nuevo dios que explicaría, de alguna manera, las extrañas predicciones de unos profetas hebreos y musulmanes.

Igualmente es extrañamente sospechoso que a Jesús se le hiciera nacer justamente un 25 de diciembre, fecha considerada desde la más remota antigüedad una noche sacra por ser el periodo del nacimiento del Sol. Por eso a los dioses de las antiguas mitologías se les hacía nacer el 25 de diciembre, “así ocurría con el dios Marduk, dios babilonio de origen sumerio, cuyo nombre significa Ternero del Sol”. Igual hecho aconteció con la divinidad Mitra, la deidad taurica parida por una piedra, sobre cuyo templo se levantó el Vaticano”.

Para Jorge Blaschke, autor de numerosos libros sobre Jesús, “La celebración de la navidad el 25 de diciembre es la adaptación de una fiesta pagana o la transpolación de la fecha de nacimiento de antiguos dioses míticos”. Referente a los hechos fantásticos que rodean al nacimiento de Jesús en una gruta o cueva rodeado de seres fantásticos y enigmáticos, expresa: “El resto de los acontecimientos más bien parecen sacados de los hechos de los grandes héroes, gran dosis de fantasía y motivos legendarios que incluyen ángeles, estrellas guías, escenas de matanzas de niños y nacimientos virginales que aparecen en otras culturas…”.

En el diccionario de Mitos y Leyendas, producción del Equipo NAYA, encontramos unos datos a todas luces interesantes y de irrefutable prueba argumental. Leyéndolos podemos contemplar la inocencia de nuestros pensamientos respecto al escenario donde, supuestamente, nació Jesús y que son algo más que tentativas humanas por explicar lo inexplicable o por fomentar desde la más tierna edad el cariño, la adoración y la veneración por una figura que respondió en sus momentos a ciertas necesidades históricas pero que no revelan las expectativas humanas de nuestra época, a pesar de la aparente y supuesta aceptación por parte de grandes conglomerados de una doctrina basada en mitos, fantasías y leyendas. En este documento encontramos: “Era evidente que en diciembre y enero se daban –y se dan- las temperaturas más bajas (hasta 0,1 bajo cero, en grados Celsius) y las precipitaciones más altas (hasta 187 milímetros), de tal manera que resultaba imposible que los pastores durmieran a cielo descubierto mientras cuidaban el ganado, según escribió San Lucas -médico sirio convertido al cristianismo muchos años después de la “desaparición” de Jesús- , pues durante ésta época, incluido febrero, hombres y ganado pernoctaban bajo techo. Era entonces absurdo que el censo poblacional –decretado por Quirino, gobernador de Siria- se llevara a cabo durante estas fechas, en medio del frío, la lluvia, y los caminos anegados y resbaladizos que harían imposible el desplazamiento de los miles de peregrinos que se dirigían a sus lugares de origen. como es el caso de José y María”.

Un dato que puede resultar interesante es que únicamente en el año 334 el Papa Julio I dictaminó que Jesús había nacido el 25 de diciembre. No era, como podría creerse, una fecha escogida al azar por cuanto dicha fecha coincidía con las festividades que se realizaban en muchos pueblos durante el solsticio de invierno: las ceremonias vikingas en honor de Odín, las Saturnalias romanas, el nacimiento del dios Indoiraní Mitra, etc. De ahí que el nacimiento de Jesús El Cristo haya sido fácilmente asimilado al retorno del sol, al regreso de la luz.

Al rito pagano del nacimiento del sol y su transformación en el nacimiento de Jesús se le fueron incorporando muchos elementos externos y propios de otras culturas, tal el caso del árbol al que muchos pueblos le rendían culto por considerarlo sagrado por distintos motivos, “el más común, desde Grecia hasta Noruega era el roble, pero con el devenir del cristianismo se cambió al inconmovible roble por el abeto pues, según los misioneros, la forma triangular de la enramada correspondía al Padre, el Hijo y el Espíritu santo. Este tres mágico caló muy bien en todas partes ya que era un numero venerado por muchos pueblos miles de años antes de la “venida” de Jesús, y de esta manera bastante singular se impuso el abeto y con el correr de los siglos el pino”.

Igual análisis podemos hacer de Papá Noel, los Reyes Magos, los animales que “rodearon” a Jesús en su nacimiento en una cueva –hecho que solo se encuentra en los Evangelios Apócrifos- y que responden, como hemos dicho, a formas de educación primitivas que obedecieron a ciertos momentos de la historia humana, enmarcados por un deseo vehemente de simbolizar sus esperanzas, deseos, frustraciones y anhelos.

Seguramente que la Navidad es un tiempo de amor, una época donde todo lo grato se hace realidad. Una festividad donde se conjuga lo divino y lo pagano, lo humano y lo celestial… época donde las caras miserables de los desvalidos atiborran las vitrinas de los grandes almacenes y donde las sonrisas son sacadas a la fuerza por la concurrencia de señuelos que prenden y apagan con el fin de encender nuestra imaginación y de abrir nuestros bolsillos a las grandes multinacionales que por estos días inundan nuestra mente con productos hermosamente inútiles que se guardarán en armarios a la espera de otro nuevo despertar de la esperanza decembrina.

Seguiremos mirando hacia lo alto, contemplando los miles de espejismos que como luces de neón se elevan en nuestro cerebro; seguiremos maravillados de la ciencia que tiene el don de extasiarnos con sus alucinaciones y sus locura navideñas. Pero más allá de esos anhelos seguiremos esperando vanamente la aparición de un Redentor que nos redima y nos haga hermanos entre hermanos… Tenderemos una y mil veces nuestra mano para pretender alcanzar esa lejana estrella de la fraternidad humana que como copo de nieve se deshace en nuestros corazones.

¡!Navidad¡¡ bella época de amor para los miles de niños latinoamericanos que mueren inexorablemente en nuestras calles, Cristos vivos del capitalismo que con clavos salvajes de indiferencia son crucificados diariamente. Niños cuyo único delito es no conocer unas leyes de mercado y que son confinados a una muerte silenciosa en nombre de Dios para gloria de Cristo.





RICAURTE EN SAN MATEO: EN ATOMOS VOLANDO

En la estrofa número 11 Del Himno Nacional de la República de Colombia encontramos dos grandes mitos de nuestra Historia. El primero hace referencia a la traducción de Los Derechos del Hombre realizada por don Antonio Nariño, tema tratado en un escrito anterior que demuestra que fue un hecho fortuito el que permitió que la acción de Antonio Nariño salga a la luz pública.
El segundo aspecto tiene que ver con la acción "heroica" que nuestros historiadores atribuyen a Antonio Ricaurte en el combate de San Mateo. Aún recuerdo a un profesor de historia que emocionaba su voz cuando evocaba esta página gloriosa de nuestros próceres. La consiguiente tarea, juiciosamente realizada por todos los estudiantes, consistía en dibujar a Antonio Ricaurte con sus brazos cruzados, sentado sobre un barril de pólvora; al fondo podía percibirse el terror de las tropas españolas al enfrentarse al valor sin igual de un joven militar enamorado de la libertad americana. Lógicamente que nuestras madres ponían su cuota de imaginación en esta tarea, dibujando un polvorín encendido del cual salían luces de bengala. Al día siguiente el profesor revisaba el deber y hacia exponer los dibujos más expresivos y detallados.
A nosotros nos volaba la imaginación, sentíamos arder nuestras mejillas ante un patriotismo que estaba muy lejos de nuestro alcance. Deseábamos, al igual que Antonio Ricaurte, ofrendar nuestras vidas con el fin de acercarnos en algo a esa legendaria figura. Durante algún tiempo, recuerdo, nuestros súper héroes fueron relegados de nuestros juegos infantiles y en su lugar se levantó invencible la imagen de quien tuvo el valor" de volar en átomos", coronando con su acción el triunfo de una batalla que se daba por pérdida. Emocionados y absortos cantábamos la letra del Himno Nacional:
Del hombre los derechos
Nariño predicando,
el alma de la lucha
profético enseñó.
Ricaurte en san Mateo,
en átomos volando,
deber antes que vida
con llamas escribió.
El humanista PASTUSO José Rafael Sañudo evoca al héroe de san Mateo con las siguientes palabras: "Era Ricaurte, un individuo de impetuoso carácter y hasta tenía algún desequilibrio; pues algunos de sus parientes, habían tenido accesos de locura; y el mismo, en varios lances, dado muestras de no tener su espíritu bien aparejado. Siempre soñaba en hechos, como se leen en las historias de los romanos; por todo lo cual, es muy verosímil el que se le atribuye en san Mateo; pero no está bien probado el modo como allí pereció, salvando al ejército republicano; pues se ha formado su leyenda, de los datos de que encendió la pólvora y aguardó a que su explosión le hiciese volar por los aires, hecho pedazos... ". [1]
Para Sañudo el actuar de Ricaurte corresponde a una mentalidad perturbada, soñadora y a todas luces desconectada de la realidad, igualmente sostiene que su acción fue "inmoral, siendo mejor juzgar, por piedad a su memoria, que, prendido el parque, trato de escapar sin lograr hacerlo; lo que si quita el relieve épico a la leyenda, se la hermosea con los dones de la moralidad". [2]
Por su parte, para Luis Eduardo nieto caballero, autor del prólogo del libro Estudios sobre la Vida de Bolívar, no se debe poner en duda los hechos narrados tradicionalmente por la historia oficial: "nosotros creemos en el sacrificio consciente, o mejor dicho, en la noción del peligro a que nuestro héroe quiso escapar, sin haber tenido tiempo de alcanzarlo... ". [3]
En lo que si están de acuerdo tanto Sañudo como Nieto Caballero es en el hecho de que "Ricaurte de pie, con los brazos cruzados, sobre el barril de pólvora, es apenas un cromo para una escuela pública", y concluye su afirmación categóricamente: "Aguardar así la muerte no es humano y es casi ridículo. Lo natural es creer en su intento de salvarse y en la imposibilidad de hacerlo... ". [4]
El mismo Sañudo cita a Bolívar para inclinar la balanza a su favor y demostrar que el heroísmo de Ricaurte en san Mateo es una fábula construida para alentar los ánimos de los soldados republicanos. Afirma el humanista PASTUSO que "el 3 de junio de 1828, dijo Bolívar a Perú de Lacroix, respecto de esa leyenda: "yo soy el autor del cuento"; de acuerdo a la versión de Bolívar, Ricaurte murió en la bajada de san Mateo retirándose con los suyos, de un balazo y lanzazo: "le encontré en dicha bajada, añadió, tendido boca arriba, ya muerto, y la espalda quemada por el sol". [5]
No obstante lo anterior, el sacrificio de Antonio Ricaurte en san Mateo, haya sido o no consciente de su actuar, dio lugar a una de las epopeyas más significativas de nuestra Historia. El Libertador Simón Bolívar es categórico y contundente y deja ver claramente la intención de "su cuento". Es posible que la imagen de nuestro héroe permanezca por siempre como nos la sembraron nuestros maestros y los bellos libros ilustrados de la época. Lo único cierto es que a nuestros patriotas les debemos nuestra libertad, esa libertad sembrada en surcos de dolor y que para desdicha de Rafael Núñez y los colombianos de hoy " ni el bien germina ya ", ni " la horrible noche " cesó.




UN PUEBLO ANTE LA HISTORIA

A raíz de la situación política y económica por la que atraviesa el vecino país del Ecuador, y en un enlace internacional, escuchamos el informe de un prestigioso y destacado periodista de la empresa radial Caracol que sin reparo alguno ubicó a nuestro territorio por fuera de las fronteras patrias. " Aquí Pasto-Ecuador...", y continuó su labor periodística haciéndole creer a toda Colombia que Pasto es una zona fronteriza con Colombia que pertenece al Ecuador.
Hace pocos meses y a raíz del Concurso Nacional que pretendía escoger la canción colombiana más bella del siglo escuchamos, ya casi que sin sorpresa alguna, que nuestra región, generosa en compositores e intérpretes, quedaba fuera del certamen por cuanto a los organizadores se les olvidó que en el Sur existe una región donde la música se cultiva en cada casa y donde las mejores canciones de Colombia han visto sus primeras notas en los patios solariegos de nuestra bella región.
Hicimos pública la demanda en uno de nuestros diarios regionales, por cuanto nos fue imposible hacerlo en los medios nacionales, del morboso robo que se le pretende hacer a nuestra comarca de una de las canciones más bellas del mundo: NOCHES DE BOCA GRANDE del compositor tumaqueño Faustino Arias Reynel y dedicada a uno de los terruños más soñados por artistas y poetas, la Isla de Bocagrande en Tumaco. Escuchamos con horror y pavor como en una prestigiosa emisora se anunciaba con bombos y platillos el lanzamiento de un C.D. titulado "Las mejores 14 canciones en homenaje a Cartagena" y el periodista, haciendo uso de su buen gusto, y de su ignorancia geográfica y musical, destaca uno de los temas y se escucha Noches De Bocagrande de nuestro poeta Arias Reynel. Pero más allá de la sorpresa y de la Ira, elevamos nuestra voz de protesta por la forma grosera y humillante como un cómico santandereano convirtió a nuestra gente y a nuestra región en el hazmerreír de todos los colombianos con el simple pretexto de romper un récord a nivel internacional. Tras cada risa sacada de una oscura caja pregrabada se condenaba aún más a nuestra región sumida en el abandono y el atraso en medio de sus riquezas naturales, humanas y culturales.
Queremos dejar constancia de amor patrio, de sentimiento nacionalista y de entrega a las causas que nos congregan como nación.
Creemos que llegó el momento de dar por saldada la cuenta que durante más de cientos cincuenta años nos han cobrado con creces nuestros hermanos colombianos. Los errores de un pasado no pueden condenar el presente de un pueblo laborioso y de una generación que mira con anhelo el devenir en medio de sus hermanos, de historia y de tradición.
Durante la historia libre de Colombia hemos tenido que cargar la odiosa cruz del señalamiento patrio, la incomprensión de sus gentes en las verdaderas causas de la actitud de un pueblo glorioso y las afrentas que a diario se nos hacen en los medios de comunicación con la complicidad y el silencio de quienes como ustedes deben velar por el respeto a los pueblos y sus costumbres. Queremos pedir en nombre de la unidad nacional que se acaben las ofensas, que disfrazadas de chiste y de humor, nos hunden en el más profundo de los abandonos y en la más oscura de las noches en nuestra sicología cultural.
Que pueden endilgarnos los santafereños o los antioqueños si los errores históricos que aquí defendimos fueron exaltados por sus gentes cultas e ilustradas de la época. Basta recordar que los miembros del Serenísimo Colegio Constituyente y Electoral de Cundinamarca establecieron, aprobaron y sancionaron para aquella provincia, una Constitución en cuyos Títulos I y III se reconocía a Fernando séptimo como REY de los Cundinamarqueses y se proclamaba la monarquía hereditaria. Qué podríamos pensar nosotros, por los años de 1810 cuando los caminos eran inexistentes y la comunicación con los santafereños o antioqueños era casi que un imposible y un anhelo que hasta nuestros días no se cumple. Si el pueblo Cundinamarqués cometió tal descalabro histórico contando con la presencia de nobles e inteligentes patriotas, educados en universidades europeas y dueños de grandiosas fortunas económicas, mal hace Colombia en indicarnos con su dedo inquisidor las culpas de un pasado y de las cuales ellos tienen mayor responsabilidad histórica.
Regiones como Monpóx, Santa Marta, Tunja y hasta la misma Cartagena declinaron su bandera de lucha al embiste del imperio español. No olvidemos que importantes figuras de nuestra independencia vacilaron en su deseo de liberar nuestro territorio del dominio español y se enfrascaron en largas y tediosas disputas sobre si era o no conveniente el levantarse contra el tirano. En varias oportunidades se impuso la idea de que era necesario aplazar la lucha y esperar que las circunstancias se presentaran favorables para su causa independentista. Como si el tirano preparara el terreno para la insurrección de sus vasallos. Y estos errores nadie los condena por cuanto se hicieron por hombres "cuya templanza no admite discusiones".
Sería muy bueno recordarles a los colombianos la lectura de libro "Estudios sobre la Vida De Bolívar" del humanista pastuso José Rafael saludo, que pone al descubierto las atrocidades de los patriotas en su paso vulgar y criminal por nuestro sagrado suelo. En este libro, condenado por la Academia Colombiana De Historia, al punto de excomulgar a uno de sus voceros, se comprende el porque de la resistencia de un pueblo al embiste brutal de una independencia no entendida. A nuestros héroes, por el simple hecho de oponerse y de haber vencido en Bombona "se los cosió por la espalda, alanceados y arrojados al vórtice horripilante del Guaítara". Cómo olvidar la terrible noche del 24 de diciembre de 1822 donde las manos angelicales de Sucre conocieron la vergonzante sangre de sus hermanos torturados, vencidos y humillados. Las violaciones y la crueldad que se enseñaron contra nuestra gente y la obligaron a defenderse con todo su ardor y valentía en defensa de su propia vida. Cómo acallar las voces de la historia cuando toda ésta hecatombe pudo evitarse si nuestro amado Libertador hubiese hecho caso de las palabras de Santander al advertirle éste sobre lo equivocado que era manejar a Pasto como se lo proponía, pues llevaría a confrontaciones innecesarias. La historia ha demostrado que tales palabras no fueron escuchadas y que en consecuencia los del pecado no somos nosotros sino la terquedad de unos militares empeñados en sacar lustre a sus insignias guerreras.
No nos queda duda que la historia la escriben los vencedores y que nosotros perdimos en nuestro intento de ser libres en una comarca donde Dios, el Rey y el trabajo honrado nos sustentaban el pan diario en medio de la alegría de hermanos.
Que grandioso sería, que en los libros de historia que se estudian en las escuelas y colegios de nuestra nación se mencionara la arrogancia de nuestros Quillacingas que prefirieron la muerte a verse subyugados por los sedientos españoles en sus monstruos de dos cabezas. Nada se dice de lo ocurrido nuestra región de la valentía de los Pastos, de sus estrategias guerreras y militares que hicieron posible la derrota de una avanzada incaica y que su jefe -casi que un Dios- prefirió el suicidio a comunicar su derrota en estas tierras que pretendieron anexar a su imperio.
Triste el silencio que nuestra historia guarda respecto al nombre de Gonzalo Rodrigues considerado por ilustres y versados historiadores como el "PRECURSOR DE PRECURSORES" y quien adelantándose a los anhelos de libertad de su patria organizó en el año de 1564, casi tres siglos antes que Bolívar, un ejército que pretendió restablecer la dignidad a los americanos y a sus reales pobladores. Únicamente la delación y la traición impidieron que en nuestro suelo patrio se librara una lucha con las tropas españolas y se iniciara así la expresión de una rebeldía y un inconformismo con la tiranía de unos europeos que en nombre de Dios y de un lejano rey nos despojaron de nuestros más íntimos anhelos y esperanzas. En Pasto, y como único reconocimiento a su memoria en el territorio nacional, en el parque de San Andrés se levanta un busto con la siguiente inscripción:
"EN ESTA PLAZOLETA DE RUMIPAMBA,
EL DÍA 24 DE MAYO DE 1564, FUE
DESCUARTIZADO EL PASTUSO
DON GONZALO RODRIGUES,
PRECURSOR DE PRECURSORES
Y PROTOMÁRTIR DE LA LIBERTAD".
Por los muchos indicios que contra Gonzalo Rodrigues hubo, se le dieron grandes y terribles tormentos -y nunca quiso condenar a nadie y así pagó el solo- cortándole la cabeza, poniéndola en el rollo de la ciudad de Pasto donde hoy está en testimonio de liviandad y estará hasta que Dios quiera y la antigüedad y el tiempo lo consuman.
A Gonzalo Rodrigues no lo agotó Dios, la antigüedad o el tiempo. Lo agotó la indiferencia del pueblo colombiano y su estúpida insanía de condenar todo aquello que provenga o suene al SUR.
Existen múltiples hechos históricos que de haber ocurrido en otras latitudes de Colombia figurarían en letras de oro y en los textos de historia especializados y escolares. Baste recordar el ingenio de Julio César Benavides Chamorro, oriundo de Gualmatán, departamento de Nariño, al sur de Colombia, inventor del aeromóvil y considerado el Leonardo Da Vinci americano. Su error fue haber nacido en estas breñas del sur y ser el dueño de una inventiva y de una imaginación superiores a los de su época. Poseedor de un fabuloso invento: el aeromóvil, viaja a la ciudad de Bogotá con el fin de presentar su proyecto a eminentes científicos que facilitaría la realización de su invento y encuentra el espantoso drama de las burlas y la indiferencia. Al regresar a su patria chica muere trágicamente en un "accidente" automovilístico perdiéndose los planos del aeromóvil y, curiosamente, el único sobreviviente del "accidente", se suicida pocos días después en curiosísimas circunstancias. El pecado de Julio César: ser oriundo de un pueblo del sur, un pastuso en el territorio nacional...
Larga e innumerable sería la lista de situaciones y circunstancias que han pasado desapercibidas en el contexto nacional, que se hubieran podido constituir en hechos gloriosos para la patria, si los colombianos de regiones diferentes a la nuestra las hubiesen propuesto o promovido.
Qué podemos decir de Plinio Enríquez y de su monumental obra CAMERAMAN, que al decir de José santos Chocano "cuando alcance la difusión que merece, habrá de incorporarse al grupo de "La Vorágine", "Don Segundo Sombra", "Los De Abajo" y demás grandes novelas neo mundiales". Infortunadamente este magistral libro fue producto de un pastuso que tuvo que editarlo en Valparaíso -Chile- en el año de 1932, por cuanto en su patria no hay lugar para los hijos del Sur.
Monumental y asombrosa la obra poética de Aurelio Arturo, el máximo exponente de la poesía en lengua castellana, el mejor poeta colombiano y a quien se le rinde tributo de admiración en Europa; donde se dicta la cátedra "Aurelio Arturo" como reconocimiento a su valiosísimo aporte a la palabra universal. En Colombia apenas se lo recuerda o se lo menciona en los textos de poesía.
La sobriedad y altura de Guillermo Edmundo Chávez con su magistral obra "CHAMBU" novela a la cual la alta crítica coloca al lado de "María" y "La Vorágine"; al decir de Juan Lozano: "Por su conjunto tremendamente vigoroso y humano no vacilo en considerar esta obra como una de las cuatro o cinco novelas de nuestra literatura colombiana... CHAMBU es un grito de liberación para su gente, en lo económico, en lo social, en lo cultural y en lo político. Pero, es más que todo una obra sicológica, de angustia, de introspección. El protagonista encarna una tragedia espiritual. Y por los 20 capítulos de libro discurre un dolor soterrado, cruel e incurable como un cáncer...".
No hay para que mencionar a humanistas de la talla de Leopoldo López Álvarez o de Ignacio Rodrigues guerrero, personaje este último que tuvo el gravísimo defecto de amar a su tierra y de morir en ella como testimonio de reconocimiento a sus virtudes excelsas y naturales. Hombres de vastos conocimientos, admirados y respetados en los círculos académicos y culturales de la nación, de América y del mundo, pero ignorados en las letras nacionales y olvidados en la memoria de la nación.
Pensarán ustedes que he equivocado de destino o que, como lo dirían ustedes, esta es una pastusada más. Terminó peyorativo que se utiliza en la jerga popular cuando se quiere significar que algo o alguien es bobo, ingenuo o tonto. Pues permítanme decirles que no y que en ustedes y en su labor recae gran parte de la responsabilidad de este falso señalamiento histórico. Queremos exigir que a nombre de un pueblo y de una cultura se prohíba en un medio de comunicación tan importante y decisivo como es la televisión, el uso peyorativo e insultante del término pastuso. Nos sobran razones para creer que la psiquis de los colombianos está impregnada de esta maloliente interpretación difundida por la televisión y que hace creer a niños y adolescentes que ser pastuso es sinónimo de estulticia.
Por favor NO MÁS, la cultura y la idiosincrasia de un pueblo clama por la unidad nacional, una unidad donde la inteligencia sea aceptada venga del Norte o del Sur. Clamamos irritados como los grandes, no implorando clemencia sino justicia para nuestras aspiraciones. Si ustedes entienden lo que aquí se les pide es seguro que al cabo de dos generaciones más de colombianos se nos mire en el contexto nacional con ojos de admiración y apreció por nuestras tradiciones y principios.
Cómo sentirse superior si aún en nuestros días hemos comprobado que son los pueblos y las gentes del Norte los gestores de agüeros y creencias absurdas como aquella de hacer bautizar los bogotanos o los caleños a sus hijos por la simple bobada de que el año termina en 6, se está en el sexto día del sexto mes..? ¿ Acaso han renunciado ustedes a sus dioses romanos y a su religión importada por unos desvergonzados aventureros españoles...? ¿ No obedecen ciegamente la voz de un pontífice romano que es un REY para todos nuestros pueblos...? Si eso ocurre hoy, en la época de la telemática, de la informática, del Internet y de los viajes espaciales por qué juzgamos a un pueblo que encerrado por el medio geográfico y manipulado por la clerecía de la época no comprendió a tiempo las verdaderas causas de las luchas populares...?
No es gracioso acaso que en plena Bogotá se esperara el nuevo milenio, en los cerros y montañas aledañas, a extraterrestres que los iban a salvar de la destrucción inminente de la Tierra...? Si esto no es bobada, entonces estamos jodidos.
¡NO MÁS! La grandeza de un pueblo no puede continuar siendo ultrajada ni por los medios de comunicación, ni por personajes ignorantes e incultos que han creído, equivocadamente, que en el Sur la inteligencia es la percepción de su propia ceguera histórica, cultural y social.




¿VALE LA PENA VIVIR?
(UN ASUNTO DE ETICA)



Puede un ser humano contestar con certeza este interrogante? ¿Es posible decidir por otros si vale la pena vivir? ¿Tiene alguien la certeza del verdadero valor de la vida? ¿Es valiosa la vida en sí misma? ¿Qué hace que una vida sea valiosa en el conjunto de vidas? ¿Para los millones de miserables del mundo, vale la pena vivir?.

Podríamos continuar con una interminable lista de incógnitas y estaríamos en el mismo punto de partida. Para algunos la vida es un don valioso, sin importar sus condiciones y circunstancias, para otros la vida es una carga obligada que el destino o las circunstancias han impuesto. ¿Es ético el suicidio cuando no se comparte un don..? Goethe, en su Werther, nos ofrece una visión: “¡Levantar el telón y pasar atrás! ¡Eso es todo! ¿Y por qué la vacilación y el retardo? ¿Porque no se sabe qué aspecto tendrá lo de atrás? ¿Y porque no se vuelve atrás? También, porque lo típico de nuestro espíritu es presentir confusión y tiniebla donde no sabemos nada determinado”.

Si, y en medio de toda esta confusión y tiniebla hemos levantado pretextos para justificar el más fortuito de los hechos: la vida. Hemos levantado altares para convencernos de una importancia que en realidad no existe. Nuestra vida es tan significativa como la de cualquier lagartija o serpiente que habita el planeta. Nada nos hace más especiales que las especies consideradas menores. Una hormiga es, en el contexto universal, la suma de la creación, el reflejo de los más caros instintos de la naturaleza y el cosmos. El ser humano es una especie degradada que ha convertido su existencia en una experiencia dolorosa y amarga. El hombre es el fin de la civilización, el germen de una especie que tiende hacia sí mismo y a los valores eternos del medio ambiente.

Cuando la vida carece de razón, cuando no se encuentran razones para continuar existiendo, cuando se ha perdido la fe en nuestra razón de ser, es “ético” continuar viviendo...?

El universo que debemos afrontar los colombianos es poco alentador. Vivimos el asedio de una sociedad asfixiante y desbordante donde junto a la opulencia convive la miseria y la opresión social. Para cientos de compatriotas la vida es una dura y pesada, quizá siniestra, confabulación de un orden superior. ¿Qué obliga a mantener la vida en situaciones de desventaja y dolor? Para Peter Singer, autor de los libros “Ética para vivir mejor”, “Ética práctica” y “Democracia y desobediencia”, la clave está en asumir compromisos con principios elevados y sustanciales. Comprometerse con una causa y luchar por ella. Recomienda, por ejemplo, crear clubes de defensa de animales o apoyar campañas nobles y desinteresadas.

Singer considera que los principios religiosos impiden que el hombre disfrute de su existencia por cuanto lo alejan de la vida misma. Propone acercarnos a nuevos ideales “aquí y en este momento” y no esperar recompensas celestes o divinas que nadie nos puede garantizar (salvo la fe). Estos conceptos o ideas religiosas provocan un alejamiento de la vida, una falta de compromiso con nuestros días por cuanto se crean mundos artificiales en un más allá: “Se encuentra en las ideas religiosas tradicionales que prometen una recompensa, o amenazan con un castigo, en función de la buena o la mala conducta, aunque sitúan esta recompensa o castigo en otro mundo, consiguiendo así que sea ajena a la vida en éste”. Desde esta perspectiva la vida pierde sentido, se convierte en una estancia pasajera y provisional que nos prepara para nuevas experiencias en otras dimensiones. No en vano Marx argumentaba que la Religión es el opio del pueblo. Una droga que alucina los espíritus y las conciencias alejándolas de su real significado y dimensión.

En consecuencia se hace necesario vivir el ahora. Adquirir conciencia de que existimos y adoptar unas posiciones criticas ante la vida, ¡¡nuestra única vida!!. “Una vida ética es aquella en la que nos identificamos con objetivos más amplios, dotándola así de sentido”. Las masas sociales no tienen una conciencia critica de su existencia, amontonan días en el simple transcurrir de su vida; son ajenas al principio rector del pensamiento humano. Sus intereses son netamente materiales, ajenos a toda noción de solidaridad o fraternidad. A los sumo se ejerce una religiosidad simple que se contempla en las escenas dominicales de cualquier parroquia, no tiene elementos espirituales o éticos que hagan de sí un ser interesante. De ahí el fracaso colectivo por cuanto se pretende medir el progreso mediante parámetros netamente mercantilistas y utilitarios. Las masas viven su trágica soledad en su afán diario por sobrevivir, son lejanas a cualquier intento de ética vivencial, salvo la de la rapiña y el usufructo personal: “si seguimos concibiendo nuestros intereses en términos materiales, el impacto colectivo que cada uno de nosotros provoca al preocuparse por sus intereses individuales garantizará el fracaso de todos los intentos por hacer progresar dichos intereses”.

Puede decirse que todos tenemos un precio, que nos vendemos al mejor postor. Singer es muy demostrativo en sus intenciones cuando menciona el valor de los hombres en la escenificación de la senadora Carolyn Walker: “Me gusta la buena vida, y estoy intentando situarme para poder llevar una buena vida y tener más dinero”, lo anterior lo decía “mientras extendía la mano para aceptar un soborno de 25.000 dólares”. Otro ejemplo podemos encontrarlo en la actuación de un maestro de escuela que prefirió conservar su trabajo, traicionando a sus antiguos compañeros, al anteponer sus intereses personales y familiares al interés colectivo y social. Se puede ganar al interés pirrico de desdibujar una imagen. Nos faltan principios existenciales, convicciones en que asirnos para no sucumbir ante las tentaciones del poder y de la gloria, el dinero parece ser la única fuente de felicidad, la tranquilidad de un empleo es más prometedor que la conciencia de sí mismo. Nos desdibujamos continuamente y parece que perdimos el rumbo de nuestra propia alma: “La codicia en la cumbre es una faceta de una sociedad que parece estar perdiendo toda noción de que existe un bien común”; el solo hecho de pensar en la solidaridad despierta sospechas o risas entre quienes la usufructúan o la padecen. El imán de la brújula se alineó con el polo opuesto; tener o no ser se convirtió en el lema de las nuevas generaciones de colombianos que contemplan impávidos como a medida que ascienden en la escala social aumentan sus desdichas y su inconformismo consigo mismos. Esa lucha interna que termina en panópticos, bares y hospitales. Hombres que todo lo tienen pero que nunca se conquistaron a sí mismos. Sin principios y sin convicciones el hombre es una bestia que se devora a sí mismo, que consume sus entrañas en una carnicería sangrienta y sin final.

E
n la Antigua Grecia Sócrates fue condenado a muerte por considerárselo un peligro para la juventud ateniense, según Peter Singer “los griegos todavía no habían tomado conciencia de las posibilidades de la libertad y la autoconciencia”. Plantea Hegel que “Sócrates fue la figura clave a la hora de que los atenienses se cuestionasen lo que hasta ese momento daban por sentado. Por ello, los conservadores tenían razón al calificarlo de elemento subversivo y peligroso”. En suma, Sócrates representa “el espíritu subversivo del pensamiento auto consciente que no puede sino destruir una sociedad basada en la costumbre...”. Cuando el ser humano se concientiza de su existencia adquiere una fisonomía claramente reconocible: se hace visible para el mundo y es capaz de afrontar situaciones de apremio y dolor. La cosificación del hombre es palpable en su percepción social: todo lo diferente le huele a peligroso. Durante décadas la humanidad se dedicó a perseguir todo aquello que escapaba a su entendimiento: homosexuales, intelectuales, astrónomos, librepensadores y “brujas”. El orden era necesario conservarlo a como de lugar. De ahí que Sócrates es más relevante que Jesucristo por cuanto autoconcientiza a su sociedad de la importancia del individuo. No es la colectividad en sí la que cuenta, es la suma de individualidades que conforman esa sociedad lo destacable de una colectividad. Cabe preguntarnos si somos una sociedad que admite las manifestaciones de individualidad, o si por el contrario una sociedad carente de tolerancia donde al primer brote de diferencia elevamos nuestro índice para censurar una conducta o pensamiento.

La concientización es un proceso de inmensas repercusiones morales; un ser consciente de sí es inconforme con su realidad y como tal pretende introducir nuevos elementos de pensamiento en su sociedad. Eleva su voz para dejar constancia de su existencia y recorre por si mismo los caminos que la sociedad tienen señalados para otros. En su proceso de descosificación encuentra que él es su propio enemigo, que debe sepultar parte importante de sí para reconocerse como individuo con principios e ideales. Ser autoconsciente implica reconocer la verdad del otro pues sabe, como lo promulga Jorge Blaschke, “que los crímenes más horribles de la humanidad se han cometido cuando alguien ha creído encontrar la verdad”.

Una sociedad que no permite la expresión de los individuos está condenada al fracaso en todos los ámbitos de su existencia, en lo económico posará de liberal, pero en el fondo será la liberalización del animal que llevamos por dentro, de ahí que no es raro que “junto a reportajes sobre hambrunas en África o sobre la destrucción de los bosques tropicales, y sin manifestar el menor indicio de ser conscientes de incongruencia alguna, satinadas revistas en color incluyen anuncios en que se ofrecen coches nuevos, ropas de alta costura, mobiliario y cruceros oceánicos”. En lo cultural se vivirá los rigores de una imposición decadente que impedirá el progreso de los individuos en aras de un bienestar colectivo; la masificación hace del hombre un ser neutral, que, salvo raras excepciones, podrá manifestarse en su plenitud. La sociedad hace de freno ante todo brote de inconformismo en su santuario de discriminación e intolerancia. La política se reducirá al simple arte de mandar unos sobre otros en el sencillo ánimo de preservar el orden, se acuñan frases como “Libertad y Orden” para especificar el tipo de individuo que la sociedad necesita. Un ciudadano reprimido y resignado, que acepta sin vacilar lo establecido por el régimen, que no titubea en considerar como malo todo aquello que perturbe la tranquilidad ciudadana. Lo existencial será siempre una sensación de puntos suspensivos... una prolongada e infinita espera que nunca tendrá fin.

Herber Spencer considera que “la lucha por la supervivencia es la principal causa del progreso social”. Una lucha que se traduce en la muerte súbita de la individualidad. Shakespeare lo entendió como el eterno dilema del individuo: “Ser o no ser...”. No acabamos de salir de nuestra cuna y aún nos ruborizamos cuando a nuestra mente llega un rayo de luz y entendemos que somos simios: “El hombre no viene del simio: el hombre es un simio”. Y como lo demuestra Linneo “un simio al que todavía no se le han bajado los humos”.

Vale la pena vivir? ¿Es nuestra sociedad la expresión de la civilización? ¿Para los miserables no sería mas digno su muerte? Cuando el hombre se descubra a sí mismo, cuando baje de sus falsos altares a los decadentes dioses que rigen su destino, elevará sus plegarias a su propio corazón, confesará sus penas a su propia sombra y rogará por sí mismo al amparo de su soledad.

Por toda respuesta apelamos a la mente de Kierkegaard: “Si el hombre careciera de conciencia eterna, si en el fondo no hubiese más que una fuerza salvaje y desbordante que produce todas las cosas, grandes y pequeñas, en la tormenta de pasiones oscuras, si el vacío sin fondo que nada puede colmar subyaciera a todas las cosas, ¿qué sería la vida sino desesperación?”





Y LOS PASTUSOS TENIAMOS LA RAZON
(A la memoria de Nelson Ovidio Obando H.)

El 4 de abril del año 1814 El Cabildo de Pasto responde a una misiva del General Antonio Nariño, en la cual conminaba al pueblo del Sur a deponer las armas y acoger las nuevas ideas independentistas so pena de ser víctimas de una incursión por parte de los ejércitos libertadores. Los pastusos responden con franqueza e hidalguía: “Nosotros hemos vivido satisfechos y contentos con nuestras leyes, gobiernos, usos y costumbres. De fuera nos han venido las perturbaciones y los días de tribulación...”.
Durante una década se cruzan continuos mensajes entre los jefes realistas y patriotas en un conato desesperado por evitar un fratricidio que, a todas luces, sería un derramamiento innecesario de sangre. Las luchas entre los dos bandos se agudizan y fracasan los intentos epistolares y diplomáticos en su animo de conciliar y concitar el interés general. Pasto es sometida a todo tipo de vejámenes: fusilamientos, asesinatos, expropiaciones y destierros.
Es valido recordar que el 24 de diciembre de 1822 el Batallón Rifles comete toda clase de desmanes contra los pastusos, ya vencidos y humillados. Al respecto José Rafael Sañudo afirma: “en la horrible matanza que siguió, soldados y paisanos, hombres y mujeres fueron promiscuamente sacrificados”. Fue tal la sevicia de las tropas republicanas que “La matanza de hombres, mujeres y niños, se hizo aunque se acogían a las iglesias; y las calles quedaron cubiertas de los cadáveres de los habitantes...”.
Pero, nos preguntamos, cuándo y en que momento Pasto se decidió a defender la causa realista. Acaso la aseveración formulada el 4 de abril de 1814 nos brinde algunas luces sobre el asunto: “Nosotros hemos vivido satisfechos y contentos con nuestras leyes, gobiernos, usos y costumbres...”. Para los pastusos era impensable cambiar de estilo de vida por cuanto los días transcurrían en una especie de monotonía feliz. Las mujeres no tenían más afanes que los que impone una buena conciencia ciudadana y los afanes religiosos; los hombres en su parcela producían lo necesario para su sustento, el de su familia y el grupo social en general. No se vivían los afanes que en otras latitudes empezaban a surgir. La producción agrícola era lo suficiente como para abastecer las necesidades de la región; la industria artesanal y textil permitía una vida holgada y tranquila. Se celebraba con estrépito el nacimiento de un príncipe y se consagraba la existencia a unos principios religiosos que mantenían el orden establecido.

La pregunta lógica de los pastusos de aquellos días debió ser: ¿independizarnos, de qué? ¿Cambiar de estilo de vida? ¿Abandonar nuestra tranquilidad por una independencia incierta? ¿Por qué independizarnos? ¿A cambio de qué? Ya las tropas republicanas habían dado muestras de su crueldad, los asesinatos corrían de boca en boca y la nueva clase dirigente había dado indicios de lo que sería el nuevo gobierno. El despotismo y la rapiña se encarnizaron en el suelo colombiano y neogranadino; el lujo, la ostentación y la prebenda aparecían por doquier; se anunciaba la revolución independentista y el pueblo sufría de nuevos dolores y sinsabores donde se advertía el triunfo de unas tropas republicanas ingobernables e indisciplinadas.

En auto y proclama del Cabildo de Pasto de agosto 29 de 1809, podemos apreciar la visión clara y transparente de un pueblo, que adelantándose a los sucesos que posteriormente se presentarían en territorio colombiano, da muestras de su grandeza, pujanza e inteligencia. En dicho auto el Cabildo de Pasto se pregunta cómo se sostendrá la nueva república, de dónde obtendrá los recursos para sostener a una clase que ha dado muestras de irracionalidad e injusticia y, en uso de sus principios intelectuales opina: “veréis recargar los tributos con nuevas imposiciones que constituyan sus vasallos en desdichada esclavitud...”. Esclavitud que nos persigue hasta nuestros días, infelicidad de pueblos y naciones que se sienten incapaces de sostener el esplendor de una casta que se auto erigió como libertadora y revolucionaria, pero que en el fondo no es más que una casta explotadora y opresora. Los paradigmas de la Libertad jamás fueron el sometimiento o la humillación; sus ideales se escriben en el corazón humano y buscan la redención, la justicia social y el crecimiento de los pueblos de una forma ordenada y solidaria. Si miramos a nuestro alrededor nos encontraremos con unas escenas deplorables donde los niños mueren en las calles, las mujeres aferradas a sus hijos buscan la clemencia de unos gobiernos indolentes y la masa de proletarios se desespera ante la frialdad de unas leyes que buscan la ganancia para unos cuantos privilegiados que han hecho de Colombia su negocio particular.
¿Cuál Libertad? ¿Dónde está? ¿En los cerca de 200 años de vida republicana y “libre” hemos tenido un minuto de tranquilidad? De la Patria Boba a la bobera de Patria que tenemos, de las luchas de los generales a las luchas de los grupos económicos. De las muertes en las minas a las muertes en las frías calles de nuestras tumultuosas ciudades; de un patrón a un gamonal o de un asesino a un déspota sin entrañas.
Los pastusos tuvimos la razón, no en vano en 1809 lo afirmamos: “Veréis echarse sobre las temporalidades de los regulares y venderles sus fundos, reduciéndolos a intolerable mendicidad; y últimamente: veréis recargar los tributos con nuevas imposiciones que constituyan sus vasallos en desdichada esclavitud...”. Ya lo vimos, el campesino convertido en mendigo, desposeído de su tierra, harapiento ser que deambula en busca de un patrón a quien venderle su descendencia, sin fundos, sin esperanzas, sin ilusiones que mitiguen sus frustraciones existenciales.
Si, tuvimos la razón cuando nos preguntamos: “¿Con qué otros (impuestos) podrá soportar sus erogaciones la nueva soberanía?” y sentenciamos: “Registradlo en todas las combinaciones de vuestra discreción y no las hallareis”. Y en la misma proclama de 1809 los pastusos les dijimos a los colombianos: “Aquesta es la felicidad pomposa á la patria que nos proponen. Nos alhagan (sic) con palabras vacías de objeto, y luego se verán en la necesidad de arrojar el rayo tempestuoso sobre los miserables que han tenido la inconsideración de someterse a su dorado veneno...”. Un veneno que hace estragos en los colombianos, que impide que florezca la paz, la concordia o el entendimiento nacional; mientras una élite vive en sus excesos económicos, una inmensa mayoría padece el abandono estatal y la desidia de sus gobernantes, enfrascados en una reforma política y en un referendo que en nada contribuyen con el bienestar de los colombianos ausentes de la vida económica, social y cultural del país.
Defendimos con ardor los principios religiosos. Esos mismos principios que hoy son orgullo nacional y que se constituyen en la gran esperanza de las nuevas generaciones. Se nos acusa de fanáticos por exaltar la bandera de Jesucristo, pero, acaso no es este personaje la fuente viva de nuestros más caros anhelos...? Y los colombianos tendrán que reconocer la falta de ellos y el acierto de nuestro pueblo. Ya en el año de 1809 vislumbramos los pastusos la tragedia que se cerniría sobre el país, con el triunfo de una mal llamada independencia americana, apenas unos años más tarde de instaurado el nuevo orden social en nuestro suelo. Solo en aquellos momentos el pueblo colombiano entendió la tragedia que eligió y salió en defensa de los mensajeros de Cristo en la Tierra de Bolívar. Ese mismo día (agosto 22 de 1809), los pastusos dejamos constancia del cataclismo social que se avecinaba: “Volvemos a repetir que los establecimientos que conocemos, no alcanzan; luego es preciso inventar otros extraordinarios...”. Y el pueblo sufrió, y sufre, los gravámenes como única alternativa de sostener a un Estado sumido en la corrupción y el privilegio. La Patria Colombiana nació con una pata floja y con tres más dislocadas; ante toda emergencia social se acude al bolsillo roto del pueblo, se crean impuestos y se gravan productos básicos de la canasta familiar, una estúpida bola de nieve que genera más hambre y atraso y que luego se pretenderá solucionar con nuevos impuestos y más hambre social. “Veréis echarse sobre las rentas de la Mitra, sobre las de los Prebendados, sobre las de los Párrocos dejándoles una miserable cuota; y en una palabra sobre todo el patrimonio de Jesucristo...”. Cuáles fueron las políticas de los gobiernos subsiguientes a las luchas fratricidas: la muerte de los prelados y la expropiación de los bienes de las comunidades religiosas, pero no para subsanar o calmar el hambre del pueblo sino para alentar los ánimos guerreristas de unos cuantos generales ávidos de riquezas y de poder. El veneno profetizado por los pastusos, que sentían en la distancia el aguijón de una revolución impuesta por simples intereses de clase.
Pero la Historia es una continua resurrección, y en esta resurrección tenemos que decir que tuvimos la razón, que no era la defensa de un nuevo orden social lo que se buscaba en las guerras de “independencia” sino la imposición de una clase emergente y económicamente poderosa. La Colombia del siglo XXI es el resultado de dichas atrocidades e imposiciones, de una ceguera que obnubiló al pueblo colombiano y que únicamente los pastusos tuvimos el valor de rechazar y de denunciar. No es fortuito que nos desangremos todos los días, que mueran cientos de colombianos por causas estériles e inútiles, que defendamos cruzadas que a todas luces son inocuas. A los colombianos les hace falta el valor y el coraje del pastuso, la osadía de un pueblo que se resiste ante las injusticias y, que en infinidad de ocasiones, ha levantado su voz solitaria para defender el destino de la Patria.
Las risas contra el pastuso han sido la forma insulsa como el pueblo colombiano se resiste a aceptar su fracaso colectivo, la forma grotesca de desconocer su propio error, la manera torpe de esconder sus equivocaciones. De nada le sirvió al pueblo colombiano su cuota de sangre en las revueltas “populares” de 1800, su sangre únicamente sirvió para abonar el suelo de otros, de los que en realidad querían destronar a un rey para instaurar la dictadura de sí mismos.
No es fortuito que la Historia nos dé la razón. Las grandes voces siempre han estado solas y han permanecido en el ostracismo social y colectivo. Los pueblos, al igual que los hombres, necesitan ser entendidos en su real dimensión para que sean valorados; no es fatuo afirmar que entre más grande se es, mayor será el odio de los hombres y los pueblos. Pasto, cuna de héroes, de visionarios, de literatos, de mártires y de guerreros; cantera inagotable de lealtad y de patriotismo; fuente eterna de talento, ciudad cantada por propios y extraños, pedazo caro de la patria que reverdece ante el menosprecio de sus hermanos y que se mantiene enhiesta ante el insulto inmerecido de su patria. Pasto, ciudad culta, pedazo del corazón que nos abriga con su Galera y nos arrulla en su destino de incomprensión ante el embiste de su palabra.



EL PROBLEMA DE LOS CRISTIANOS



Es que no son cristianos. Son pasivos. Dicen: “No debo preocuparme por nada, pues una jirafa no puede convertirse en tortuga”. Olvidan que una bacteria se transformó en humano. Los cristianos asumen ante la vida la posición más cómoda: orar sin denunciar. A lo sumo adoptan la caridad como su estilo de vida.

Ante las injusticias se limitan a ser contemplativos, huyen de la política asumiendo que ésta es cuestión del demonio. Ante un niño desnutrido le recitan los versos del Eclesiastés o las palabras desfiguradas de Jesucristo. Viven su vida con la paciencia franciscana, que no de San francisco de Asís, mientras a su alrededor el mundo se cae a pedazos. Los cristianos ignoran maquinalmente el verdadero compromiso cristiano.

Quién no ha visto a un cristiano orando por las más grandes nimiedades: un carro nuevo, una casa cómoda o una finca con abundantes árboles frutales. Para eso oran y se estremecen. No actúan para cambiar el mundo, simplemente imploran para construir su reino en éste mundo. Hacen del capitalismo su gran templo y de la adoración su pretexto para acceder a todos los beneficios posibles. Nada les importa que junto a ellos los niños mueren por falta de un pan o de una simple oportunidad para acceder a los beneficios más simples que a todos el cielo nos ha dispensado por igual.

Oran y oran como loros pretendiendo con ello acercarse a su Dios; cambian simples ritos y palabras por un nuevo evangelio de suciedad. Dicen: No ores así, hazlo con tus propias palabras, creyendo con ello que las puertas del cielo se abrirán de par en par al sonso y bullicioso repicar de sus palabras fatuas. Repiten hasta el cansancio la parábola de la semilla de mostaza o de los lirios del campo o de los pájaros silvestres que no se preocupan por el pan que comen o por el vestido que ajan. Como si con ello el pan bajara del cielo. Dicen: No juzguéis y no seréis juzgado –sentencia que no pudo ser pronunciada por su Líder, pues, según los Evangelios, El fustigó con su palabra y sus actos-.

A quién se le puede ocurrir que en el capitalismo tal filosofía pueda funcionar. Solo a ellos, a los cristianos que en su angustia existencial pretenden creer que toda pobreza es producto de la falta de fe. Olvidan ellos que los mejores banqueros portan la Mitra cristiana y que las usureras ganancias de sus arcas son el producto de la soez explotación a la viuda, al huérfano y al desamparado. Olvidan la existencia del banco Ambrosiano o de la utilitaria maquinación de las Cajas de Ahorro que gritan a los cuatro vientos que en un simple trimestre obtuvieron las lucrativas y lacerosas ganancias de más de doscientos ochenta y tres mil millones de pesos. Ese dinero fue amasado en el sudor ajeno: de la madre de familia que vendió su sangre para llevar algo de pan a sus hijos o de la insoportable y vergonzante humillación del hombre que no tuvo otra alternativa que venderse al peor postor para recibir a cambio una cuenta de cobro mensual que alimenta las fauces de ese demonio sangriento e insaciable que es el capitalismo.

¿Acaso dan algo más que simples oraciones? Sí, la ropa vieja e inservible que se amontonaba en sus guardarropas o los zapatos de taco desgastado que perdió su brillo en las atónitas carreras por adquirir los nuevos productos en lo almacenes capitalistas de su roída ciudad. También cantan, con los ojos cerrados, con las manos señalando el cielo de su propia desolación. Pero nada más. Todo lo dejan a su profeta, a su torpe manera de ver como un hecho ajeno a sí las injusticias sociales que matan diariamente a miles de niños y dejan sin vivienda a cientos de hogares.

Son los cristianos los profanadores de su propia fe. Olvidan que su Mesías no fue insensible, que se enfrentó valerosamente a las castas políticas y sacerdotales, que elevaba su voz para protestar por los horrores de la existencia humana. Qué dignas lecciones de humanismo y de humanidad pretenden ignorar cuando en su simple ignorancia procuran hacernos creer que su Dios y su Carne fue un simple milagrero que anunciaba reinos que no eran de este mundo. Y se agrupan en Madres de Caridad, en Señores de los Pies Descalzos, en la Congregación de la Santísima Dolorosa o en la insulsa careta del Señor Nazareno que invoca y evoca todos los martirios que Dios u Hombre alguno puedan recibir.

Y se visten de túnicas y se rodean de corifeos eunucos que lo único que saben y pueden es impetrar sahumerios a sus incontables dioses. No entienden que justamente aquello es todo lo que despreció su Señor. Quién más que El para odiar y despreciar a esta casta de oradores que se lucran del dolor ajeno a cambio de unas cuantas monedas que se ajaran en la tierra y se apolillarán en el Cielo. Mira sus excesos el cristiano y se aparta horrorizado en busca de nuevos anuncios de nuevos tiempos y nuevos hombres.

¿Es acaso cristiana nuestra sociedad? Basta con contemplar los miles de indigentes que pululan en cada una de nuestras calles, los harapientos desplazados que inundan nuestros ojos con su visión de ultratumba o los indefensos e inocentes niñitos que duermen en cajas de cartón, lo mismo que las miles de niñitas rameras para entender que ésta sociedad de cristianos es la más horrenda creación de Satanás. Pasan junto a ellos olvidando que cada uno es la expresión de Cristo en la Tierra, la arcilla viva con la que su Dios edificó el paraíso antes de la caída de Adán. Pero, ante su presencia, su única respuesta es su mirada compasiva o, a lo sumo, una moneda humillante que ofrecerá con desdén y complacencia.

Olvidan los cristianos que la mejor caridad es la Justicia Social. Aquella que nos vuelve dignos, que nos devuelve la condición de hermanos o de hijos de Dios. Acostumbran los cristianos reunir a los pobres para hacer notable su compasión. Entregan todo aquello que les sobra por cuanto han sido incapaces de renegar de sus riquezas. Y leen los Salmos y se enorgullecen de saber de memoria los pasajes bíblicos, recitan que es imposible que un rico entre al reino de los cielos pero imploran con todo su corazón a su Dios para ser el próximo bendecido con las riquezas terrenales. He escuchado a algunos jactarse de sus posesiones como una bendición de su Dios mientras en sus empresas niegan un sueldo digno al profesional honrado que no tiene otra cosa que ofrecer a sus hijos que la miseria de salario que obtienen de su trabajo honesto. Y son cristianos que roban al cristiano, que murmuran contra el pecador pero que enajenan para si las posesiones y el trabajo de su hermano en la fe.

El problema de los cristianos es que no son cristianos. No tienen compromisos sociales, han hecho de su religión un medio para esconder sus temores. Cuando nazca el verdadero cristiano habrá muerto el cristianismo. Ese ropaje extraño que cubre la verdadera esencia de su Palabra.

He padecido a cristianos que viendo al niño con hambre le construyen grutas con Vírgenes de piedra y madera; que derrochan a manos llenas el dinero que pudo significar una pequeña casa o un aposento escolar digno y decoroso. Y los he visto construir altares con el dinero del pobre, obtenido con las manos arrugadas de una pobre lavandera que no entiende por qué su hijo tiene hambre. Y los he oído replicando a su Dios ante el incesante repicar de unas campanas que los convoca simplemente para recordarles que su Dios murió en una Cruz por todos los pobres y menesterosos del mundo. Y hacen de su mismo Dios un monigote del cual se puede obtener grandes ganancias… Los usureros banqueros tañen las sonajas para hacer de la pobreza su ganancia celestial.

Esta sociedad no puede ser cristiana. No es cristiana. Ni lo podrá ser jamás. Los millones de pobres que el sistema capitalista concibe son la más clara expresión de inequidad social. Una inequidad tolerada y fomentada por gobernantes cristianos que se arropan en la doctrina cristiana simple y llanamente para medrar a sus anchas en el sentido anticristiano de la vida. Corderos con piel de oveja que usufructúan todas las riquezas terrenales mientras los niños mueren en las calles latinoamericanas, asiáticas o africanas con sus costillas cosidas a su piel por la miserable ausencia de un bocado con qué saciar su infinita hambre. Simples datos estadísticos de piel lacerada y manos callosas.

Y el cristiano calla. Y sencillamente ora al tiempo que vende su conciencia para que los mismos verdugos continúen azotando la Tierra. Y se venden barato. Por simples baratijas terrenales. Su voz no es la de su conciencia sino la de la multinacional de turno que castra y mutila para saciar su instinto capitalista. Calla el cristiano por pudor cuando observa todas las injusticias sociales y cree con ello acallar las voces de todos los muertos que su complicidad ha matado. No es asesino, pero arma al asesino para que cometa sus crímenes. No es verdugo, pero entrega a los suyos para que el hacha fratricida cercene toda posibilidad de protesta.

Y los he visto odiar a los desheredados. A todos aquellos que ante la insensibilidad del sistema económico no han tenido otra alternativa que tomar un arma para saciar su bienaventurada sed. Como aquel niñito campesino que ante su milenaria hambre muere abandonado por las balas fratricidas de los otros cristianos, de sus hermanos que todo le negaron y le ofrecieron solamente la bienaventuranza de un reino en el cielo y la pobreza en la Tierra.

O la niñita ramera que vendía su cuerpo a los miles de cristianos en su animo infantil de espantar su hambre. O el niño violado por los truhanes de Cristo que al tiempo que pregonaban las bondades de su Dios crucificaban en su carne la inocencia de su alma. O la viuda seducida por los Pastores de Cristo que entregaba sus bienes para salvar su alma.

No hay un solo cristiano en la Tierra. Solo Cristo y la miseria de los pobres.




LA FORMACION RELIGIOSA EN EL NIÑO
LATINOAMERICANO




El hombre del futuro será, necesariamente, menos religioso y más ético. De la simple forma ritual se alcanzará la plenitud de la acción. Dos mil años de educación cristiana han contribuido para que nuestra sociedad sea lo que es; sus estructuras económica, política, social y cultural son el claro reflejo del fracaso educativo en el niño latinoamericano.

Por fuerza mayor el educador tiene que apropiarse de nuevos conocimientos que contribuyan a una sólida y definida estructuración humana. Conocer las diversas maneras de creer y alabar a un supuesto creador del universo debe constituirse en prioridad de la educación. Romper los viejos paradigmas que como brújula sin Norte han orientado los destinos de nuestra niñez. A cambio de un catolicismo recalcitrante y absurdo se debe llevar al niño a la comprensión de las diferentes culturas y su forma de interpretar su admiración ante lo existente. Leer los diferentes libros sagrados y someterlos a una escrupulosa y exhaustiva interpretación, no solo enriquece el intelecto humano, sino que enaltece el ánimo de quien comprende.

Desafortunadamente la formación religiosa en las instituciones educativas se ha constituido en la manera irresponsable en que el educador forma (o deforma) al niño en lo tocante a su inquietud por los diferentes fenómenos del universo. Desatar la mente infantil y abordar la filosofía de las religiones, su historia, sus métodos, la misma antropología religiosa nos conducirá al nuevo ser humano hecho a la medida de los nuevos tiempos.

La religión ha contribuido notoriamente a que la injusticia de nuestra organización social sea considerada un destino inexorable trazado por un dios fanático y demente que somete al hombre a unas duras y crueles pruebas que al fin de cuentas determinarán su “salvación” o su muerte espiritual. Abordar nuevos principios religiosos acompañados de formulas filosóficas es el camino más inmediato para estructurar la sociedad que nuestros tiempos exigen. No podemos condenar a las generaciones venideras a venerar, en nombre de falsos conceptos religiosos, su propia desgracia existencial; el maestro latinoamericano está llamado a ser el “Colón del espíritu” humano, a atreverse a explorar nuevas posibilidades de ver, sentir y palpar la existencia. Los chamanes de Dios lanzarán mugidos de espanto y amenazarán con excomulgar a quien se atreva a pervertir el orden por ellos establecido. Este es el tiempo de las vacas rojas y los girasoles verdes; únicamente lo absurdo de nuestros sentidos nos pueden atrapar en pensamientos cuadriculados que como alforjas desgastadas se resisten a cederle el paso al cofre dela sabiduría.

Someter al niño al régimen dictatorial e inquisitivo del sentimiento de culpa es poco digno para quien se precie de ser maestro; desatar cadenas y ofrecer nuevas posibilidades existenciales es, quizá, el germen de una estructura social más justa y equilibrada.

Se argumentará que la sociedad en su conjunto pide a gritos la continuidad y que es inoficioso el pretender sembrar en las mentes todo aquello que se podará en los hogares o en las escuelas tradicionalistas; voces de los mediocres que pretenden falsamente conservar una sociedad que se cae a pedazos arrastrando consigo lo mejor de nuestras generaciones. Las doctrinas religiosas se acomodan a los diferentes tiempos históricos de una manera inteligente y sagaz. Han sobrevivido a la esclavitud siendo esclavistas, al feudalismo siendo latifundistas y al capitalismo mudándose en banqueros y agiotistas. De proponérselo, ellas por sí solas serían las encargadas de abolir este sistema injusto que condena a las multitudes a morir de hambre, sed y desesperanza y cobra a cambio de ello monedas falsas de sumisión. El hombre latinoamericano cree estupidamente que todo es designio de un Dios, que sus miserias encontrarán una recompensa en un más allá incierto y que sus opresores encontrarán las llamas eternas de la venganza. El maestro latinoamericano más que un simple catequista debe ser la simiente de un nuevo amanecer en las conciencias nacientes de los nuevos hombres latinoamericanos.

Quién no deja de sorprenderse cuando todos en nuestra sociedad vivimos y practicamos el oportunismo, el robo y la degradación como una alternativa para conseguir nuestros fines más inmediatos. Para nadie es un secreto que el tendero saquea los granos de arroz que vende al pobre; para nadie es un misterio que la carne es mal pesada y que en los hogares se debe comer menos con más dinero; quién puede negar que el mecánico altera los repuestos y que inventa daños para esquilmar el bolsillo de su cliente; cómo ocultar que el conductor del bus escolar entrega mal el regreso para sentirse más vivo e inteligente que los demás; y cómo no angustiarse cuando nuestros niños hacen lo mismo en la tienda escolar y esbozan una sonrisa de satisfacción cuando reciben más de la cuenta y alardean ante sus amigos de curso de su “suerte del día”. Todos ellos practican una misma religión, aquella que nos encadena a unas simples formalidades y que olvida que lo importante está en las vivencias y no en la simple forma de rosarios y cruces.


¡¡¡POLVO ERES Y NO ANIMAL¡¡¡


Por lo menos eso pensó hasta ese día; pero ya es historia. Lo mismo que su manía de masticar y tragar carne: de conejos, corderos, vacas, peces, faisanes, pavos y todo cuanto se moviera sobre la tierra. Desde pequeño había sido así y en su subconsciente no yacía ese terrible hedor de digerir y defecar carne. Recordó, en este listado interminable de crímenes, a su mascota dorada, el pequeño Job que entendía cada una de sus ordenes, que corría cuando sus pasos llevados por el viento tocaban el umbral de la puerta de su casa, ahí lo esperaba, sacudiendo sus orejas, moviendo su cola diminuta como queriendo decir “¡que gusto de verte!, hermano mío”; durante dos años fueron inseparables, amigos, carne de su carne, cómplices de aventuras y de todas las sonrisas que se le pueda arrancar al Amor.

“Lo mataron enterrándole un clavo en su cabeza, así, mientras el movía sus paticas como implorando perdón... “. Con estas palabras cerró el ciclo de su niñez; y lo más terrible, era que él lo había masticado una y otra vez hasta que su sabor se diluía silencioso entre su garganta y su vientre; lo había despedazado con su cubierto y estirado con sus manos... desgarrado con sus dientes y sepultado en sus intestinos que luego lo convertirían en excremento, en mierda, en materia fecal que no abraza ni respira ni mucho menos quiere como su conejo dorado.

“después lo metieron en agua hirviendo y lo pelaron, su barriga parecía un globo de chocolate y sus dientes blancos se pintaron de su roja sangre... sus ojos se inyectaron de una sustancia extraña parecida a la muerte. Si lo hubieras visto no hubieras creído que ese conejo era tu pequeño Job...”. Así, María, la empleada domestica, le relató la muerte, la expiración de Job, y su posterior digerimiento por toda la familia, además, le dijo: “me dio mucha pena imaginar que tú y Job ya no jugarían nunca más por la casa, te juro que tú mamá me obligó a tenerle duro la cabeza mientras enterraba, lento al principio, y de un golpe después el clavo en su cráneo...”.

Nunca más comió carne animal. Mucho menos cuando se enteró de la crueldad con que se mata a algunos animales. A las focas, por ejemplo, se les asesta garrotazos mortales en su cráneo sin importar que junto a ellas se encuentren sus pequeñas crías que muchas veces parecen llorar junto al cuerpo adormecido de su madre... criaturas inocentes que se abrazan en un adiós lastimero y definitivo a la carne exánime de quien minutos antes fue su mundo entero. La mayoría de las ocasiones estos crímenes se cometen simplemente para preservar el atún y el pescado que se encuentra en las orillas, razón por la cual dejan abandonada la foca muerta, pudriéndose a la intemperie mientras a su lado permanece, pensativa, desorientada y triste, la pequeña cría que no acepta que su madre a muerto. Y muere junto a ella, llorando, desgraciada , triste a pesar de que sus congéneres le llevan misericordiosamente alimento y abrigo. Solo estrecha el cuerpo de su madre y lanza gemidos al viento gélido del polo, implorando la muerte.

O la crueldad cometida con los corderos en los países escandinavos donde primero los cuelgan cabeza abajo y con un cuchillo al rojo vivo les sacan sus ojos en la creencia generalizada que eso les traerá prosperidad; durante horas se desangran en una agonía espantosa, dolorosa, desgarradora y cruel ante la mirada impasible de los aldeanos que elevan plegarias a sus dioses. Nada tan cruel como estas muertes que nadie censura por la sencilla razón que se cometen en animales indefensos sin derechos ni alma. Son simples animales que fueron hechos para gloria del hombre y para su total servidumbre según el dictamen del Dios bíblico que así lo ordenó.

o las pobres gallinas que hacinadas deben hincharse como un globo para su sacrificio. A los pocos días de encubadas les cortan el pico para que olviden su instinto de revolver la tierra en busca de bichos y así, despicotadas y desorientadas, son infladas con hormonas en líquidos fétidos que son su único alimento en los escasos días que tienen la oportunidad de ver la luz del sol. Son sacrificadas con maña y artificio para que su sangre corra lenta sobre los canales de aluminio y plomo que estrechan su cárcel. Tiene que ser así, doloroso y cruel, para que su carne no se corrompa rápido y no se desinfle hasta el cuarto o quinto día. Nada importa que este proceso se realice en el vientre del humano traga pollos que es cómplice de su muerte y de tanta y dolorosa crueldad.

A otros conejos, como Job, también los matan lentamente, en los laboratorios de cosméticos y maquillajes femeninos. Les cortan sus párpados, les cercenas sus extremidades, les castran su sexo para que las hormonas no incidan en los resultados industriales. A los pobres los obligan a servir gratuitamente para las grandes multinacionales. Mueren chillando de dolor y angustia, que es lo único que pueden hacer en sus cárceles de lujo; sus párpados son cortados para probar los polvos y los mil menjurjes que se echan nuestras mujeres: con su mirada fija y perdida en el espacio finito de su único mundo son obligados a verificar en su animalidad las características químicas y la fluidez de un olor. Sus ojos, los de miles y cientos de conejos, son destruidos hasta encontrar la formula perfecta. Pero nada pueden hacer sin párpados e inmovilizados con grandes tenazas que les impiden tan solo brincar. Mueren con los ojos reventados, abandonados a su suerte y sin una sola muestra de conmiseración. Lo importante es la ganancia usurera y la vanidad egoísta de tantas cristianas que ignoran que para lucir ese color en sus ojos y ese olor en su piel fueron necesarias tantas muertes y tantos desgarradores dolores de seres inocentes y de alma limpia y pura.

Qué decir, para terminar este inventario, nacido del recuerdo del pequeño Job, de los cientos de babillas sacrificadas estúpidamente para comercializar su piel; no deben morir hasta después de quitarles enteramente su piel para conservar la humedad y l maleabilidad necesarias. Anestesiadas, sienten completamente su descamación, su sistema nervioso siente todo el dolor y padece toda la angustia de una forma impotente. Muere horas después, sin piel, achicharrada e inmóvil mientras los depredadores picotean a arrancan trozos de su carne. Y así muere mientras su piel es comercializada en lujosos almacenes convertida en ostentosas prendas o lucida en las pasarelas de elegantes ciudades europeas o norteamericanas... inocentes criaturas que aportan su dolor a la economía mundial.


José A. Galán: ¿un traidor?



Refundida en letras menudas, y casi oculta, figura en la Historia Extensa de Colombia, página 257, tomo IV, una carta escrita por el charaleño dirigente Comunero y considerado como “un arrogante criollo, reputado entre la muchedumbre rebelde como un hombre de mucho animo, consagrado por plebiscito espontáneo y autentico como capitán- comandante”. Su leyenda dibuja las páginas de los textos de historia y su figura arrogante y enhiesta acompaña siempre la creación de una leyenda mítica que sobrepasa los límites de la condición humana. Intransigente, indomable, de carácter fuerte y recio; era, sin duda alguna, el hombre destinado por la historia para sellar con broche de oro la magna empresa de la libertad americana. Se le encomienda, por parte de Berbeo, la misión de capturar y eliminar al regente Gutiérrez de Piñeres. Al respecto expresa Enrique Caballero Escobar (Lecturas Dominicales El Espectador – abril 18 de 1993) que “la presa no era difícil. El regente encarnaba el mando supremo, la contraparte del pueblo, el malo de la película, el ganglio infartado de la nación. Parecía –y lo era en esos momentos- muy fácil apresar y aun ejecutar al fugitivo sin escolta, al personaje en quien se polarizaba la odiosidad de los vasallos extorsionados e indignados. Cortar la cabeza equivalía a obtener la victoria o, por lo menos, a casar la guerra en grande. Por el contrario, dejarle ir río abajo fue el error que aseguró la implacable reacción de las autoridades españolas. Para cogerlo vivo o muerto sólo bastaba un pequeño escuadrón volante. Y un hombre resuelto…”. Y ese hombre era José A. Galán, por lo menos todo indicaba que él lo era.

El mismo Caballero Escobar expresa en la nota ya citada y referenciada que “No hay ruido más funeral que el del bronce de una estatua que cae”. Pues bien, eso es lo que acontece con Galán, quien, como escribimos al comienzo de esta pequeña crónica, envía una carta a doña Ignacia Bodega en la cual le solicita el envío de unos aditamentos personales como un “sombrero de primera, una buena redecilla y mis pañuelos finos…”; y enredada entre estas peticiones una soslayada misiva dirigida a su supuesta presa, al regente Gutiérrez de Piñeres, advirtiéndole sobre la tarea que se la ha encomendado y sugiriéndole vías de escape para que él no pueda llevar a cabo su misión sin que sobre su cabeza pese el estigma de la traición a la causa comunera. Las recomendaciones de Galán a Piñeres no pueden ser más explicitas: “Repito a vuestra merced una prevención: que Usía no se vaya para abajo, si sigue, pues tiene mucha gente en contra. Se ocultará como digo, y luego seguirá su destino, hablando, si quiere usted, conmigo a solas…” ; “Suplico a usted que me haga el favor, por nuestro amo y señor y por mi Señora del Socorro, se retire, aunque sea en una montaña debajo de la tierra, por evitar alguna ruina que pueda padecer esa villa y vuestra merced, si lo encuentran los comuneros, y esto sin que lo sienta la tropa, para que a mí no me sobrevenga nada….”. Bien lo expresa Caballero Escobar “Ternura con la tropa ignorante, vale decir, con el pueblo iluso, es lo que produce esta cadena de traiciones”.

Posteriormente José A .Galán es traicionado por la Iglesia, en cabeza del arzobispo Antonio Caballero y Góngora, quien irrespeta y desconoce las capitulaciones firmadas como parte de un armisticio. Lo cierto es que la historia de Colombia está llena de imprecisiones que se repiten maquinalmente una y otra vez en los textos escolares y especializados. Compartimos el criterio de Caballero escobar cuando expresa que “si Berbeo se hubiera adueñado de esta misiva repugnante habría tenido que fusilar a Galán sentado sobre un tambor, con su sombrero de primera, su redecilla y sus pañuelos finos”.

UN EVANGELIO DE SUCIEDAD




Thomas Carlyle –teólogo, historiador, ensayista ingles-, califica la obra de Charles Darwin como “Un evangelio de suciedad” por cuanto sus estudios conducían “a un mundo en el que se degradaba al hombre, se le negaba el alma, se despreciaba a Dios y la moralidad, y se elevaba la categoría de los monos, los gusanos y el fango primitivo”. Sus argumentos fueron para su época una trasgresión a los conceptos bíblicos y en consecuencia no podían abrirse camino en medio de una multitud aturdida por los vítores eclesiásticos que elevaban al hombre a la categoría de especie única en el universo. Dios no había hecho nada y su creación quedaba relegada a una simple fabula. El alma de las cosas obtenía la categoría intrínseca de un todo único; se hermanaban las especies y el hombre y el gusano se debían al mismo fango que los acunó.

La existencia de Adán y Eva se pone en entredicho; la Biblia tambalea y el Dios- Hombre pierde su esencia. Toda una mentira bien fabulada al servicio de una clase opresora que hace de la fe el método perfecto para medrar en una sociedad estulta y oprimida. El obispo anglicano Samuel Wilberforce, antagonista de Darwin, utiliza la mofa para desacreditar sus estudios expresando que lo único que logra demostrar con sus teorías es que “el hombre es un mono mejorado”. La sociedad aplaude la elocuencia del obispo dejando en entredicho las investigaciones de Darwin. Para este obispo la Selección Natural es incompatible con lo revelado en la Biblia y los textos sagrados: “los conceptos de la supremacía derivada del hombre sobre la Tierra, la capacidad humana de hablar, el don humano del razonamiento, la libre voluntad y la responsabilidad humanas, la caída y la redención del hombre, la Encarnación del Hijo Eterno; la presencia del espíritu Eterno, son igual y absolutamente irreconciliables con la noción degradante de que quien fue creado a imagen de Dios y redimido por el Hijo Eterno tenga un origen animal”. Concluye el obispo sus ataques expresando que los pensamientos e ideas de Darwin son un simple producto e inspiración de un inhalador de gas mefítico.

Revistas científicas y literarias inflaman la tea incendiaria contra Darwin. La North British Review de mayo de 1860 califica al naturalista y expedicionario como un lenguaraz y le acusa de “no creer en el Creador que nos gobierna”. Cómo conciliar dos ideas totalmente opuestas cuando las evidencias llevan a la certeza de que el hombre no es producto de creación alguna; que ese Dios misterioso y Todopoderoso le dejó a la naturaleza la facultad de terminar su magna obra. Y cómo permitir que el simio y el orangután se hermanen con ese ser dotado de alma y entendimiento. Bajo esa perspectiva la misión de Jesucristo era una simple e inútil estupidez; sin pecado no hay género (o viceversa) y sin éste todo sacrificio para redimirlo resulta una inutilidad. Darwin encarna de esta manera la odiosa expresión del hereje que debe ser consumido por las llamas eternas de quien niega de un tajo la supremacía suprema del hombre y la Divinidad Eterna de un Dios Creador. La misma revista expresa categóricamente que la publicación de El origen de las especies fue una gran equivocación. Y concluye: “El autor hubiera hecho un bien a la ciencia, y a su propia fama, si, en caso de haberse empeñado en escribir la obra, la hubiera dejado apartada entre sus papeles, y hubiera anotado encima: “Una contribución a la especulación científica en 1720”. Lo de la ultima fecha (1720) por cuanto así consideraba el autor del articulo lo anticuado y retrogrado de las teorías darwinianas.

Ciencia y Teología se niegan a dar credibilidad a los estudios de Darwin. Y no es extraño que esto sucediera por cuanto para aquellos días la ciencia era una simple expresión de la teología. Nadie podía dudar de la veracidad bíblica; Adán y Eva adquirían dimensiones heroicas en la historia; las grandes universidades enseñaban con certeza matemática el día y hora de la creación divina; el pecado de Eva, transmutado a Adán, hacia necesaria la preexistencia de Jesucristo; el geocentrismo superado no podía permitirse la contundencia de un nuevo golpe que haga temblar las bases mismas de su doctrina. Dios no podía ser puesto en tela de juicio; su creación no podía arrebatársele de sus santas manos.

Dramaturgos como George Bernard Shaw, escritor de teatro, crítico y activista político nacido en Dublín, censuran la obra de Darwin por considerarla una balanza desestabilizadora del alma y el intelecto humano. Con sarcasmo, irritación, nostalgia y asombro perplejo expresa que “El proceso darwiniano puede describirse como un capítulo de accidentes. Como tal, parece simple, porque uno al principio no se da cuenta de todas sus consecuencias. Pero cuando uno comienza a comprender su significado cabal, el corazón se le hunde en una montaña de arena dentro suyo”. Y turbado continúa: “Es un proceso de un horrible fatalismo que reduce de modo espectral y detestable la belleza y la inteligencia, la fuerza y la intención, el honor y la aspiración, dando cambios tan casualmente pintorescos como los que puede producir una avalancha en un paisaje, o un accidente de ferrocarril en una faz humana”. Y aterrorizado y desconcertado concluye: “Llamar a esto selección natural es una blasfemia, aceptable para muchos que consideran la Naturaleza como una agregación casual de materia inerte y muerta, pero eternamente imposible para los espíritus y las almas de los honrados… Si este tipo de selección pudiera convertir un antílope en jirafa, sería también concebible que un estanque lleno de amebas se convirtiera en la Academia Francesa”. Todas las denostaciones contribuyen a calificar la obra de Charles Darwin, pues gracias a ella el hombre cae de su pedestal y lo divino se transmuta en sustancia de barro sin alma, sin soplo divino que aliente su ser.

En el año de 1857 el entonces neófito científico Alfred Russel Wallace publica un pequeño ensayo donde defiende la teoría de la evolución. Este es un aliciente para Darwin quien se había retirado de la vida social refugiándose en una pequeña residencia campestre. En 1859 presenta ante la Sociedad linneana de Londres sus estudios sobre la selección natural iniciándose una etapa de persecuciones y estigmatizaciones que harían mella en su ya resquebrajada salud, quizá producto de sus viajes alrededor del mundo en el ya legendario Beagle.

A las ofensas recibidas se suman las lanzadas por el grupo de intelectuales y científicos moralistas que consideran que la obra de Darwin atenta contra las bases mismas de la correcta y sana moral. Si el hombre no es libre de sus decisiones, si es la simple expresión de una molécula combinada incesantemente a través de los tiempos, si la muerte es una simple expresión de la misma vida, si la selección obliga a que el más fuerte se imponga sobre el débil con el fin de preservar la vida misma, qué puede quedar de los pensamientos y doctrinas moralistas que fustigan a quien no obedece a principios de fe si no a razones inscritas en el corazón de la misma existencia. Si el hombre es un mono superado o, mejor expresado, el mono un hombre por superar, la fe misma es, simplemente, una ignorancia por comprender. En el fango primitivo no pudo gestarse la moral y en consecuencia el hombre, al igual que las otras especies, es un ser amoral. He ahí la gran cruz que debió cargar Darwin y que aún hoy en nuestros días se dibuja en su espalda.

El mismo andamiaje de la fe, de la moral y del libre albedrío se tambaleaba al tenor de las teorías darwinianas. La evolución no puede significar otra cosa que la aceptación de que Dios no existe, o, de que si existe, no es el mismo que nos pintan los evangelios. La varita mágica de Dios se pierde en los abismos insondables de la evolución de las especies. La selección natural se convierte entonces en un nuevo Evangelio: el Evangelio de Suciedad que nos permite comprender y aceptar nuestro parentesco con todas las criaturas que pueblan la Tierra. No nos es ajeno el gusano o la mariposa; el estiércol o el metal precioso. Somos Uno y no una Trinidad. Somos Uno con el mono o el mandril; Uno en esencia con todos y con todo. Somos Uno en la Tierra y con ella. Somos Uno en nosotros al llevar inscrito en nuestros registros genéticos la memoria de la estrella más lejana y el olor de la fetidez de ese charco que fue nuestra cuna en los albores de los tiempos, cuando el hombre aún era una simple y pequeña ameba.









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